Capítulo VI

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  Desperté de golpe, jadeante. Miré el reloj que estaba al lado de mi cama. Las siete. ¿Tanto había dormido? No podía creerlo. Mi sueño con Gea había durado apenas unos minutos.

  Traté de tranquilizarme ¿Por qué estaba tan nerviosa? Solo fue un sueño. No logré hacerlo.

  Miré a Percy, que sigue durmiendo. Noté como babeaba. En otro momento me hubiera reído. Pero ahora simplemente no podía.

  Me senté en mi cama y traté de asimilar la información que me acababan de dar. Hija de un Dios, descendiente de dos más. No sabía si creerle o no.

  Lo de Atenea era más fácil de creer, porque, aunque no iba a la escuela, todos decían que era muy inteligente. Pero ¿Apolo? ¿Qué tenía que ver yo con Apolo?

  Apolo... Dios del Sol, la cura, la enfermedad, la profecía, la perfección, la armonía, el equilibrio... no encaja. Pero después de pensar un poco más, caigo en la cuenta. Apolo. Dios de la poesía. Adoro la poesía, tanto escribirla como leerla.

  Sigo con la lista de lo que me dijo.  Nombró una profecía. La profecía de los siete. ¿Qué era eso? Dijo que no soy uno de esos siete, pero que era tan poderosa como ellos. También dijo algo de Cronos... Cronos... Rebusqué en mi memoria para ver si recuerdo algo de ese Titán. Pasados unos minutos, lo único que sabía es que era el Titán del tiempo y el más poderoso de todos.

  Grover me había dicho algo de una guerra contra los Titanes cuando fue a buscarme. Pero, si mal no recuerdo, ¿no estaban muertos? O al menos la mayoría. Hay un mito sobre como mi padre y sus dos hermanos derrocaron a su padre cortándolo en pedazos, los cuales luego enterraron en lo más profundo del Tártaro.

  No dejo que eso me detenga. La Diosa también nombró a mi hermano. A Percy. Dijo que él había enviado a Cronos de vuelta al Tártaro.

  Volví a girar la cabeza a donde se encuentra el semidiós, y me planteé despertarlo. Decidí dejarlo dormir un rato más. Eran las 7:30. Si pasaba una hora y todavía no se levantaba, yo lo haría.

  Me paré de la cama y para tranquilizarme, decidí ordenar mis libros, que estaban en mi bolso.

  Recorrí la cabaña con la mirada en busca de alguna estantería para ponerlos. Genial, había uno justo enfrente de mi cama.

  Tomé mis libros. La verdad es que tenía varias sagas completas. Había terminado de leer todas, excepto una, que en realidad era una trilogía. Mi preferida. Los Juegos del Hambre, de Suzanne Collins. Siempre que escuchaba su nombre y apellido me ponía contenta, aunque no fuéramos parientes. Empecé a ordenar mis libros. Primero los de Harry Potter, después los de Narnia, Hush, Hush, Divergente, Maze Runner, Bajo la Misma Estrella, Buscando a Alaska, Ciudades de Papel, los cuatro libros que tenía de poesía y, finalmente, Los Juegos del Hambre.
 
  Agarré Sinsajo, y se me cayó de las manos, haciendo bastante ruido. Miré a Percy, esperando no haberlo despertado. Bien, no lo hice. Volví a mirar el libro. No me faltaba mucho para terminarlo. Solo un par de capítulos.

  Abrí el libro en el capítulo 22. No usaba señalador, ya que me resultaba sencillo recordar donde había quedado la última vez que leí.

  Me tumbé de nuevo en mi cama y comencé a leer. Leía rápido. Más de lo que me hubiera gustado, porque siempre necesitaba libros nuevos.

  En una parte me detuve, por la mitad del capítulo. Lo leí unas cuatro o cinco veces antes de creer en lo que decía.

  "  [...]  Se oye un grito humano abajo.
  - Alguien sigue vivo - le suplico
  - No, Katniss, ellos no volverán, sólo los mutos - responde Gale.
  No soy capaz de aceptarlo, así que apunto con la luz del arma de Cressida al conducto. Muy abajo distingo a Finnick, que intenta aferrarse a las escaleras mientras tres mutos tiran de él. Cuando uno de ellos echa la cabeza hacia atrás para dar el bocado mortal ocurre algo extraño. Es como si yo estuviera con Finnick y observara cómo mi vida pasa ante mis ojos: el mástil de un barco, un paracaídas plateado, Mags riéndose, un cielo rosa, el tridente de Beetee, Annie vestida de novia, olas rompiendo contra las rocas. Y todo acaba.
  Me saco el holo del cinturón y, medio ahogada, consigo decir:
  - Jaula, jaula, jaula.
  Y lo suelto [...]"

La otra hija de Poseidón © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora