Capítulo XXIII

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  Annabeth y yo llegamos a donde estaban los otros, que estaban sentados sobre las bolsas de dormir hablando de vaya yo a saber qué.

  - ¿De qué hablan? - pregunté, sentándome yo también sobre mi bolsa de dormir.

  - De que deberíamos irnos - dijo James.

  - Pienso lo mismo - siguió Sam.

  Annabeth y Emily se limitaron a asentir.

  - Bien - dije. Dibujé un mapa de Estados Unidos en mi mente. Sinceramente, Geografía era la materia que peor se me daba. Pero si mis recuerdos de esas horas de tortura con la estúpida maestra particular, que mi madre contrató cuando estaba en cuarto grado, el siguiente Estado era Colorado. - ¿Entonces sigue Colorado?

  - Si - confirmó Annabeth. Algo recordaba.

  Comenzamos a ordenar las cosas. Comida en una mochila, dinero y mi extraña linterna en un pequeño bolso. Mis preciosos libros y mi querido MP4 y auriculares ocupaban otra mochila. Annabeth llevaba su portátil de Dédalo en un bolso especial hecho únicamente para cargar portátiles.

  Por suerte, las bolsas de dormir y las carpas estaban hechizadas para poder entrar todas juntas en una sola mochila.

  Subimos por las deterioradas escaleras de cemento que llevaban hasta el exterior.

  Llevábamos apenas un día ahí abajo, pero en cuanto el sol pegó en mi cara tuve que cerrar los ojos hasta adaptarme a la luz. Pero también me sentí mejor. De repente, sentí como si mi energía... se renovara. No hay palabras para explicarlo.

  - ¿Y cómo llegaremos hasta Colorado? - la voz de Em hizo que me olvidara de mi repentina oleada de energía por un momento.

  - ¿Qué tal en tren? - propuso la hija de Atenea.

  - Está bien. ¿Alguien sabe cómo llegar hasta la estación más cercana?

  Annabeth asintió. Dioses, ya sé que es hija de Atenea, pero enserio. ¿Sabía hasta dónde estaban las estaciones del tren de todos los Estados?

  - Bueno, vamos.

  Era algo irónico. Acabábamos de salir de una estación abandonada, para ir a otra.

  A pie, tardamos unos veinte minutos en llegar. Milagrosamente, no nos encontramos con ningún monstruo o algo parecido con la intención de matarnos.

  Bajamos por otras escaleras, pero esta vez estaban impecables, y eran de metal. El lugar era espacioso y moderno. Cada cinco minutos pasaba un tren a toda velocidad. Había muchos mortales. Algunos hacían filas para comprar boletos, otros estaban parados en los distintos puestos que vendían distintas cosas. Algunos simplemente estaban parados hablando por celular o algo por el estilo.

  - Iré a comprar los boletos - dijo Emily, arrastrando a Sam con ella.

  Otro silencio incómodo entre Annabeth, James y yo. Genial. Le agradecí mentalmente a Emily.

  - Humm... - dijo Annabeth. - Yo... Yo me voy para allá - dijo dándose la vuelta.

  Después hablaría con ella sobre dejarme sola y en medio de un silencio incómodo con James.

  - ¿Y...? - Dije, tratando de romper el silencio. - ¿Cómo estás? Ya sabes, por lo del golpe.

  Las palabras salían atropelladamente de mi boca, y les rogué a todos los Dioses del Olimpo no ponerme roja.

  El castaño sonrió de lado y giró la cabeza para verme a los ojos.

  - Bien - dijo. Su cabello marrón chocolate estaba algo más largo desde el día que lo conocí, pero igual de revuelto - ¿Y tú? Sé que te hiciste varios cortes y que te caíste desde unos ¿tres metros?

La otra hija de Poseidón © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora