Día 51 Meditemos Hoy Un Momento En Isaías 53:5

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La muerte de Cristo en la Cruz no fue un acontecimiento para hacer que Dios fuera popular, ese fue el último de todos los sacrificios que Dios exigió para el perdón de pecados, no hay necesidad de sacrificio alguno, porque Dios mismo dio el corder...

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La muerte de Cristo en la Cruz no fue un acontecimiento para hacer que Dios fuera popular, ese fue el último de todos los sacrificios que Dios exigió para el perdón de pecados, no hay necesidad de sacrificio alguno, porque Dios mismo dio el cordero más puro y de mayor valor que nadie podía dar jamás, no insistas en torturarte pagando penitencias que no sirven para nada, hay costumbres erradas en las que se cree que se debe de maltratar el cuerpo para poder tener perdón de parte de Dios y esto biblicamente es lo más contradictorio que puede hacer una persona, pues Cristo ya lo sacrificó todo, ya lo dio todo para que no exista más sobre nosotros el poder de la ley y entremos a vivir bajo la cobertura de la gracia inagotable de Dios, una muerte a cambio de toda la vida, vidas de aquéllos que decidan recibir a Jesucristo en sus corazones y empiecen a vivir unas vidas de devoción y compromiso; En la palabra que estamos meditando el día de hoy dice:
"Pero Él Fue Herido Por Nuestras Rebeliones, Fue Golpeado Por Nuestras Maldades; Él Sufrió En Nuestro Lugar, Y Gracias A Sus Heridas Recibimos La Paz Y Fuimos Sanados."
Jesús pagó el precio que nos correspondía pagar a nosotros, porque quienes habíamos pecado éramos nosotros y los que le correspondía morir era a quienes pecamos, porque los que pecamos estábamos destituidos de la gloria de Dios, y alejados de Dios estábamos muertos espiritualmente, cuando Cristo pago, a precio de sangre, nuestras vidas fueron no sólo justificadas, fueron también compradas por éste precio, para que pasaramos a tener de nuevo la restitución de esa gloria de Dios que habíamos perdido y después de recibir y reconocer a Cristo como nuestro señor, fuimos sellados con la promesa del Espíritu Santo, quien nos enseña y transforma en hijos, verdaderos hijos de Dios, como él quiere que seamos.
El acto más maravilloso de amor merece ser respetado, Dios entregó por amor la vida de su hijo, y su hijo por amor a nosotros se hizo obediente, ¿quienes somos pues nosotros para no sujetarnos a los preceptos y estatutos de Dios?
Si aún Cristo, siendo igual a Dios no estimó esto como algo a que aferrarse, si no que se despojó de su vida por obediencia.
Acerquemonos pues a Dios con la convicción de ser obedientes y de estar totalmente agradecidos por que fuimos justificados por medio de la muerte de un inocente, para hacernos aceptos delante de los ojos de Dios, cubiertos con esa sangre preciosa y transformando nuestros pecados, a medida que nosotros mismos lo vamos dejando actuar.
Déjate moldear por las manos del alfarero y entrega tu vida en servicio a quien lo dio todo por amor a ti.
By Charls Ramz.

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