Prefacio.

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Tiempo. Peculiar palabra que destiñe cualquier otro significado que pueda quitarle interés y ambición real a la vida.

¿Tiempo? ¿Para qué? No lo necesito. Lo único que hace es fermentar la felicidad que poseo y darle un sazón exagerado, tornándola en momentos ásperos y sobrados. No existe algún otro factor que se atreva a irrumpir mi paz tan soezmente con un sonido tan agudo e inverosímil como lo es el movimiento de una débil manecilla de reloj. No existe algún otro responsable de agudizar mi inestabilidad; imposible lidiar con él. Por eso no lo necesito.

Porque cada minuto es amargamente abrupto cuando corre tan negligentemente frente a mis ojos, cuando se burla de mi impotencia con su excelsa superioridad ante mis movimientos. Los segundos son más densos que el aire, lo son incluso más que mi sangre, podría parpadear cien veces cuando la súbita fracción de minuto aun no llega a su fin. Y un lánguido instante se derrite lóbrego entre mis banales deseos, es insincero; es obsoleto.

¡Y es que no hay cantidad de tiempo que me alcance para sentir que ya ha sido suficiente estar a su lado!

El tiempo no es simplemente relativo, no es un elemento más del universo, no es un sonido musical o un paradigma verbal; es el arquetipo de todo instrumento ignoto de despiadada y queda tortura. Por eso, no lo necesito.

Quiero invertir los papeles, porque quiero que el tiempo me desaperciba a mí, tanto como lo es él para mí. Quiero que mi mente pierda hasta el mínimo gramo de conciencia sobre lo valioso que es cada segundo. Porque quiero prescindir de él aún cuando la última manecilla de mi recorrido colapse y las mismas miserias de mi alma se agoten.

Y quiero permanecer junto a él para siempre.

Con aroma a rosas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora