Capítulo veintitrés: "Such a perfect day. Pt.1."

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Las cosas no son siempre como uno lo espera. En ocasiones, las personas no son exactamente lo que esperábamos de ellas, no obtenemos la respuesta requerida, la imagen deseada o las palabras que quisiéramos escuchar.

Pero es aún peor, cuando nosotros mismos no somos lo que esperábamos ser. Cuando el dolor que aflige el alma es tan inmenso que no se puede soportar, el cuerpo tiene que colapsar y explotar en mil pedazos.

Miraba a Jimin desesperado, impotente, pero sobre todo; culpable. Mi mundo se puso de cabeza en un segundo, sabía que debía hacer algo. Sin embargo, el impacto era demasiado. No podía con esta presión tan inmensa que se extendía cada vez más por el interior de mi organismo. Aquella era la representación de la peor pesadilla, de lo último que quisiera ver y el doloroso sonido de su voz solo me hacía sufrir más.

Es en ese tipo de situaciones, en aquellas que se aprende por las malas; cuando te das cuenta de que la sangre no es como la miras en las películas. Es justo en ese momento; cuando ves al ser que más amas, cuando entiendes que la sangre no es limpia; que no solo es cálida, oscura y perturbadora. Sino que viene condimentada con el sentimiento que proporciona más impotencia a un ser humano; el sufrimiento.

Tenía que acercarme a él, pero el pensar que todo había sido mi culpa me dejaba inmóvil de nuevo. Si no hubiera llevado a Jimin al museo esa bala jamás hubiera entrado en su cuerpo.

¡Debía haber sido yo! ¡Esa maldita bala estaba dirigida a mí!

Entonces mis ojos pudieron captar de soslayo como Cheech se bajaba del auto para acercarse a ver que tan herido había dejado a su hijo. Fue justo esa imagen la que obligó a mi cerebro a salir del shock, que pudieron ser un par de segundos pero parecieron varios minutos para mí. Me apresuré a tomar a Jimin entre mis brazos. Sus ojos permanecían cerrados, pero sus manos se aferraban con fuerza a mi cuerpo, era lo que me tranquilizaba en cierta forma. La herida debajo de su hombro no dejaba de sangrar. Aquél venenoso líquido se colaba y se expandía sobre mi ropa.

-Jimin, todo estará bien amor – le dije acariciando su frente y regalando un beso a su mejilla.

Las personas dentro del museo comenzaban a salir, el sonido de la bala había sido escandaloso. Solo pude distinguir a Namjoon y no ocupé decirle que necesitaba su ayuda una vez más. Corrió hasta mí y sacó mis llaves de la bolsa trasera de mis jeans.

Subimos al auto antes de que Cheech llegara a la escena y aceleramos a la máxima velocidad. No me importaba nada, semáforos, señales... ¡Al diablo con todo! Necesitaba que Jimin estuviera a salvo.

-Ya casi llegamos Jiminnie – le decía despacio mientras lo apretaba entre mis brazos.

-Estoy... bien... Yoongi – dijo con dificultad y cerró sus ojos con fuerza.

Aunque sabía que no era cierto, el que hubiera contestado a mis palabras me tranquilizaba en cierto modo. Sus ojos se cerraron cuando bajamos al hospital, sentí su cuerpo debilitarse entre mis brazos, pero aun así, solo por él, debía mantener la calma para hacerle ver que todo estaría bien. Los paramédicos salieron a prisa con la camilla, y todos esos aparatos del equipo médico, cubrieron el rostro del pequeño con una máscara de oxígeno y me arrebataron a mi amor de los brazos, solo pude besar su mano por último; solo debía esperar.

El tiempo pasaba y no había nada que pudiera hacer. Sin embargo; el que Jimin hubiera sido atendido cuanto antes había sido una gran ventaja.

Me encontraba inútil, sentado sobre una silla de hospital, desesperado, agobiado, no podía hacer más que observar el reloj impaciente, una y otra y otra vez, los minutos parecían largas horas dentro de una guerra contra mí mismo, los segundos parecían tardarse intencionados para alargar mi condena y hacer de cada momento un suplicio. Cada respiro me sentía culpable, de solo imaginar que respiraba en su ausencia, que mientras yo inhalaba y exhalaba el aliento con la menor dificultad que mis pulmones me lo permitían, él respiraba a través de máquinas y mangueras conectadas a su cuerpo. No debía ser pesimista, sin embargo, el miedo me invadía, no podía hablar, mis labios se encontraban sellados, mi voz impotente y mi garganta estaba cerrada.

¡¿Por qué demonios no podía dejar de pensar en lo peor por tan solo un instante?!

Sabía de antemano que no moriría por recibir un balazo debajo del hombro, pero desde el instante que la primera persona se desprendió de mi vida, entonces supe lo que era sentir miedo; miedo que no había vuelto a sentir hasta ese segundo, hasta que pude caer en cuenta que a pesar de su perfección, Jimin era un humano, tan dócil y mortal como cualquier otro, que su vida corría peligro con tan solo salir a la calle y que su cuerpo se deterioraba al igual que el mío; con cada simple respirar.

-La sangre que derramó Jimin si fue una cantidad considerable – me informó el doctor, acomodó su corbata y fijó sus ojos claros en mi rostro – Sin embargo Jimin está fuera de peligro, necesitaremos que se quede esta noche para que se estabilice por completo... señor Min, puede pasar a verlo ahora.

El escuchar aquellas palabras fue como si me hubiese devuelto a la vida. No pude contestar, no sé que clase de sentimiento me invadía en esa ocasión. Lo único que pude hacer fue articular la palabra "Gracias" con el solo movimiento de mis labios.

Caminé a prisa por el pasillo que me guiaría a la habitación de Jimin, mientras ese penetrante olor a hospital fastidiaba mis fosas nasales con su pretencioso aroma a medicamentos, alcohol y desinfectante.

"219"

Entré en silencio y me acerqué a él con cuidado. Jimin aun dormía, se miraba tan hermoso, aunque odiaba verlo con esas mangueras conectadas a las agujas insertadas en sus venas; y no eran esas agujas hacia las que sentía aversión, sino a aquellas que llevaban la cuenta de cada segundo que sus ojos permanecían cerrados. Ya no llevaba la mascarilla de oxígeno, eso era una buena señal. Su rostro se miraba impecable, moría por tocarlo, así que lo acaricie con cuidado. Besé su frente y tomé su mano sin dejar de mirarlo. De nuevo me había encantado con su belleza.

-Mi amor... perdóname – dije en voz baja para no despertarlo – Eres lo que más amo en la vida Jimin... si tu no estás no me quedarían más motivos para vivir... y yo... no sé que haría si te perdiera.

Yo era egoísta, lo quería a mi lado para siempre, lo necesitaba para poder seguir viviendo. Besé su frente de nuevo y me acerqué a sus labios, el ritmo de su respiración era lento; pacífico. Lo besé con suavidad sin forzar sus propios labios. Tan solo necesitaba su sabor de nuevo.

-Las cosas no se quedaran de esta manera Jimin... te prometo... que me vengaré por ti.

¿Qué se siente disparar un arma? ¿Poder? ¿Superioridad o fuerza? Muchos creen que disparar un arma cambia la perspectiva de mirar el mundo; sin embargo yo no era uno de ellos. Porque lo único que un arma podría traer eran desgracias y miseria, porque el que aquél hombre lo hubiera hecho, a mí me llenaba de rabia y de impotencia. Sentía ganas de tirar del mismo gatillo pero con un destino diferente.



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No sé cuántos capítulos acabo de subir, creo que cuatro, quizá si llego temprano a mi casa publique algo más. 

Con aroma a rosas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora