capítulo treinta y cinco: "the day. part I"

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No me cuesta nada decir que poseo el más valioso y maravilloso tesoro viviendo a mi lado, que ríe y que llena los huecos de vacío en mi vida. No me cuesta nada decir que me enamora día con día con su genuina inocencia, no me cuesta nada declararle mi amor cada vez que estoy ante su presencia. Porque no cuesta nada decirlo cuando cada cosa es verdad, es real y el sentimiento es intenso. No cuesta nada cuando sé que este amor es auténtico y que daría mi vida por él en cualquier segundo. Pero es difícil hacerlo cuando veo que sus ojos comienzan a cerrarse; y que no es porque mi amor vaya a dormir, cuando sé que es causa de medicamentos que inyectaron por su vena para dejarlo inconsciente y anestesiado.

— Te amo, Jiminnie. Todo estará bien. – susurré apretando su mano antes de besar su frente por último.

— Lo sé. – dijo en un susurro cuando su mano dejó de aplicar fuerza alrededor de la mía.

— Le hemos permitido estar presente hasta ahora señor Min, pero me temo que debe esperar afuera a partir de ahora. – dijo el doctor Gray.

Lo miré pasmado por un segundo hasta que pude captar que me estaba pidiendo que saliera de la sala para continuar el procedimiento.

— Por supuesto. – dije sacudiendo mi cabeza para despojar las malas vibras que empezaban a alborotarse dentro de mi mente.

Me quité el cubre boca y el resto del atuendo que por regla debía usar para poder entrar al quirófano. Miré la hora antes de salir y empezar con el conteo perpetuo de minutos y segundos, y caminé hacia la sala de espera donde se encontraba Lynda. Me senté a su lado sin decir nada y le regalé una sonrisa. Ella tomó mi mano y me sonrió igual.

— Yoongi ahora tengo que irme, solo quería ver a mi hijo y dejarles mis mejores deseos a ambos, por favor avísame que todo está bien cuando haya terminado. – dijo colocándose de pie mientras me miraba a los ojos.

— Desde luego Lynda, yo estaré aquí hasta que todo acabe, así que vete tranquila. – le dije al tiempo que me despedía de ella con un abrazo.

A pesar de no tener mucho tiempo Lynda siempre procura saber de Jimin; desde que vive conmigo no ha pasado más de una semana sin que por lo menos mantengan una larga conversación por el teléfono, y va visitarlo esporádicamente. Por eso y por varias cosas más, también siento gran apego hacia ella, en ocasiones, siento que la miro de igual forma que solía ver a mi madre.

Me senté de nuevo dispuesto a esperar dos horas con diez minutos que duraría la cirugía, mientras abatía mi mente entre el desespero y el miedo. Llevaba el pesimismo clavado con vehemencia en mi sangre, mi primer pensamiento era siempre negativo, y este caso no era la excepción. Miré el reloj de nuevo:

3:06 p.m.

Habían pasado apenas cuatro minutos desde la última vez que vi la hora. Respiré profundo y cerré mis ojos; su sonrisa vino a mi mente y me obligó a figurar una entre mis labios. Comencé a recordar las palabras que recién le había dicho esa mañana antes de partir al hospital, y mientras imaginaba aquél momento, parecía que mi recuerdo me convencía de que eran ciertas y que las creía tan plenamente como le hice ver al pequeño.

— ¿Estas emocionado, amor? – pregunté al tiempo que abrochaba los jeans del pequeño Jimin.

— Estoy un poco nervioso. – comentó en voz baja.

— ¿Sabes? Yo no lo estoy. – mentí descaradamente – Porque sé que todo va a salir bien, y que en una semana tu hermoso rostro, tendrá una razón más por la cual brillar. – le dije en voz baja y besé sus labios.

Jimin me abrazó por la cintura y besó mis labios, mis manos se posaron alrededor de su cuello y me deleité con el sabor de su saliva. Sus manos se deslizaban por mi cuerpo y sus labios no paraban de devorar los míos.

Con aroma a rosas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora