capítulo treinta y siete: "mala elección"

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La recamara estaba impregnada de varios olores distintos, por más que limpiara y utilizara desodorantes, quedaba en el aire el fantasma del aroma a cada comida que introducíamos en el lugar. No permitía que Jimin saliera ni si quiera a la cocina, por lo que ambos almorzábamos en la cama y a ello le debíamos la nueva fragancia de nuestra habitación.

Sé que soy bastante exagerado con mis cuidados hacia Jimin, pero cada cosa que hacíamos, por más inofensiva o insignificante que parezca, siempre terminábamos metidos en un problema tan inesperado como nuestros desinteresados actos, y no estaba dispuesto a permitir que la cirugía hecha hace cinco días perdiera el efecto que debía tener sobre Jimin. Prefería aguantar sus quejas, sus supuestos “dolores de piel” y sus peligrosas tácticas de convencimiento.

He tratado de permanecer el mayor tiempo que me sea posible a su lado, debe ser bastante cansado estar en una cama o encerrado en un cuarto durante todo el día, y aun más tedioso si una fastidiosa venda cubre tus ojos.

— ¿Qué tal si te acompaño al museo por el resto de la tarde? – preguntó cuando me senté a su lado.

Coloqué el almuerzo sobre la cama y besé sus labios.

— Come, te traje arroz y sopa de miso. – dije evitando su pregunta reciente.

— Amor… ¿No quieres que esté contigo en tu trabajo? – preguntó de nuevo colocando su irresistible rostro frente al mío.

— Si quiero Jiminnie. Pero temo que salgas de aquí. Cada vez que hacemos algo que sabemos podría salir mal, es justo lo que pasa. – pretexté.

— ¡Me duele hasta la piel de estar encerrado!

Ya había comenzado, sé que le molesta que me ría cuando usa ese pretexto, pero es que es algo tan gracioso que no lo puedo evitar, y lo es aun más con el gesto que expone su rostro al soltar cada palabra.

— Yoongi, ¡no te rías!

— Ya, ya no lo haré Jiminnie, continúa. – dije tratando de retener las carcajadas.

— Igual estaré seguro en tu oficina. A tu lado Yoongi, yo no le veo lo malo a eso.

Se acercó a mi rostro hasta que sus labios rozaron los míos. Respiré la esencia de su aliento y saboreé sus labios de nuevo. Sus brazos rodearon mi cuerpo mientras él se encargaba de tornar nuestros besos cada vez más intensos, mi respiración comenzaba a agitarse, su cuerpo rodeaba el mío aprisionándome contra el respaldo de la cama y sus manos paseaban insistentes entre mis piernas. Gemí dentro de su boca cuando acarició mi miembro por encima de la ropa y su jadeante respiración me invitó a despojarlo de su vestimenta. Lo sostuve de la barbilla y lamí su boca lentamente, como si no me bastara con sus besos para extraer su delicioso sabor, como si el pequeño Jimin fuera un caramelo que quisiera deshacer lentamente con mi saliva.

— ¿De acuerdo, amor? – preguntó agitado una vez más.

Lo besé de nuevo sin responder a su pregunta, necesitaba su cuerpo y su sabor más que otra cosa. Sus labios se deslizaron sigilosos por mi cuello, pero aun en contra de mis deseos tuve que detenerlo antes de que llegáramos más lejos y el regreso al museo quedara en solo palabras.

— ¿Iré contigo? – preguntó mientras lo tomaba del mentón con una mano para ver su rostro y con la otra tomaba sus manos para que dejara de tocarme.

— De acuerdo Jiminnie – asentí dubitativo.

Besé sus labios y acomodé su cuerpo de nuevo a mi lado. Jimin sonrió y regresó a posesionarse de mis labios. Amaba su felicidad, era como un niño pequeño que salía airoso de su última travesura.

Con aroma a rosas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora