Capítulo l

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Dumfriesshire, 1828

La mansión de los Hamilton era impresionante, el pequeño Frederick se sintió diminuto al momento de entrar. Su casa, a pesar de que era una de las más grandes del condado, jamás se podría comparar con semejante palacio. Sus padres iban radiantes, habían puesto demasiado empeño en su apariencia.

Llevaban consigo a sus dos pequeños hijos, Frederick, de tan solo ocho años, iba impecable, el gran heredero de los Erwine, siempre se había caracterizado por sus perfectas facciones, sus padres siempre presumían de la belleza del mayor de sus hijos.

El pequeño Logan era totalmente lo opuesto a su hermano, con solo cuatro años, ya había logrado sacar los mejores gritos de sus niñeras, si bien quedaba opacado por la belleza de su hermano, Logan, era mucho más simpático por lo cual llamaba la atención a donde quiera que iba.

—Arréglate esa corbata Frederick — Ordenó la señora Erwine.

Su madre, una mujer extremadamente bella, donde quiera que iba causaba furor, su elegancia le abría todas las puertas sin excepciones. Era famosa por su falta de amor maternal.

—Sí, madre — contestó el obediente Frederick.

Frederick era un niño como pocos, jamás se metía en problemas, no era la clase de niños a los que les tenías que repetir las cosas para que entendiera. Pero su madre cada día le exigía más, a través de sus ojos, a Frederick le faltaba carácter.

El mayordomo los condujo el salón, donde se encontraban los señores Hamilton; La Señora de la casa, era simplemente deslumbrante, era lo que una dama de sociedad debía ser: Elegante, inteligente, refinada y hermosa. El señor Hamilton intimidaba a primera vista, su porte aristocrático dejaba a todos sin habla, su manera de hablar no dejaba duda de que era un completo caballero.

La señora Erwine, notó como su marido admiraba a la señora Hamilton y sus facciones no pudieron disimular los celos y envidia que la elegante señora le ocasionaban.

Pero Frederick no los notaba nada a su alrededor, él estaba al pendiente de la diminuta niña que trataba de esconderse tras las faldas de su madre. Frederick no podía dejar de observar los hermosos ojos azules que la pequeña poseía, era como ver dos grandes zafiros en la cara de una persona.

— Los señores Erwine —anunció el mayordomo.

El mayordomo se fue, dejando tras él un incomodo silencio, medio minuto fue suficiente para que la señora Hamilton recordara sus buenos modales,

— Jessica querida, me da mucho gusto volver a verte. — Frederick no sabía si era su imaginación, pero la señora Hamilton no se veía muy feliz de ver a sus padres.

El señor Hamilton no apartaba la vista del hijo mayor, esté como un buen Erwine, no se dejó intimidar, levantó la barbilla y le sostuvo la mirada hasta que el señor Hamilton sonrío.

— Tu hijo, ya es un hombre, Erwine.

— Gracias, realmente lo es. — El señor Erwine sonrío orgulloso.

— Charlotte, saluda cariño— le dijo la señora Hamilton a la pequeña niña.

La niña tembló de pies a cabeza antes de salir de entre las faldas de su madre, hizo una pequeña reverencia y se sonrojó. Frederick le devolvió la reverencia y una tenue sonrisa. Charlotte al ver que Frederick no la perdía de vista, se sonrojó aún más.

— Buenos días — saludó la pequeña, antes de correr a su escondite.

"Que hermosa voz" pensó Frederick al escucharla.

Amor desconocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora