Capitulo XII

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Dos semanas habían pasado desde que Charlotte se había mudado a su casa, dos semanas en las que Frederick había conseguido hacer sentir a su corazón cosas inexplicables. Ahora se encontraba en un dilema, al principio del cortejo pensó demasiado como contarle la verdad a su marido, pero cada vez que Frederick la miraba sentía latir su corazón a toda prisa.

Con temor se dio cuenta que el niño del que se había enamorado tiernamente, ya no existía y no era que Frederick fuera malo, al contrario, era un ser extraordinario, pero ya no era tierno, sus modales ya no resultaban del todo encantadores, había madurado, ese niño se había convertido en un caballero en toda la extensión de la palabra y Charlotte temía perder todo aquello.

Miedo era lo que sentían ambos, y por razones muy diferentes. El amor y el desamor ocupaban en ese momento la misma sala.

—¿Te gustaría ir a la reunión de la señora Miller esta noche? — Preguntó Frederick para romper el silencio.

—Claro.

Tal vez si pasaban la velada fuera de casa los temores que se comenzaban a formar dentro de Frederick se disiparían, por lo menos eso pensaba él.

Frederick, al contrario de su mujer, se sentía cada día un poco más frustrado por la expectativa de la boda, su sueño de casarse enamorado se estaba desmoronando y eso lo mantenía en un estado de frustración total.

Le satisfacía pensar en el fututo, un futuro en el cual se veía llegando a su casa por las tardes y Charlotte junto a unos cuantos niños recibiéndolo en el comedor, listos para comer junto a él, claramente también pensaba en los beneficios de tener una esposa por las noches después de un largo día, podría entregarse a los placeres que Charlotte le podría ofrecer. El único fallo en toda su fantasía era que no encontraba emoción alguna cada vez que imaginaba todo eso.

Se sentía un ambiente tenso en la sala que la única que podía percibirlo era Charlotte; cada minuto que pasaba el silencio se hacía intolerable, pero no tenía ningún tema de conversación. Hacía tan solo unas semanas los días a lado de Frederick eran totalmente increíbles, no existían momentos de silencios incomodos, ni mucho menos momentos de platicas aburridas o sin sentido, Charlotte rezaba por volver a sentir eso, se esforzaba por volver a esos días, no entendía que había cambiado. ¿Se habría enterado ya de la verdad?

En el otro lado del sillón el silencio no era tenso, para él, el silencio era tranquilidad, para él eran momentos de pareja. Él recordaba cuando era niño y veía a sus padres así, se sentaban por horas delante el uno del otro y jamás se dirigían la palabra y no solo sus padres hacían eso, la mayoría de la gente casada podía pasar horas a lado de su pareja y apenas mirarse, para él eso era totalmente normal y explicable.

Miró a Charlotte un momento y la notó nerviosa, un rubor se instalo en su rostro he hizo algo en el interior del joven, rápidamente desvió la mirada y sonrió, tal vez no estaba todo pedido.

La noche había llegado más rápido de lo pensado y Charlotte se sentía aliviada, contenta y un poco tranquila. En todo momento, Frederick se comportó como un caballero, no se separaba de su lado y la presentaba con todos, la incluía en las pláticas y en ningún momento aparto la mirada de sus ojos.

Volvía a sentir esas mariposas en el estómago, había sido muy buena idea salir, no salía más que para cosas sobre la boda, no conocía a nadie, así que su círculo social se limitaba a: Frederick, Logan y sus damas de compañía. Esa noche se sintió como en esos primeros días.

Pudo comprobar, como la hacía feliz el hecho de que algunas mujeres la miraran con un poco de envidia, cada vez que esto pasaba, Charlotte levantaba la cabeza, sonreía ampliamente y se apretaba un poco más al brazo de su marido.

Algunas horas habían pasado cuando Charlotte sintió el cansancio, Frederick lo notó cuando el peso de su acompañante se comenzó a hacer presente.

—¿Deseas sentarte un poco?

Charlotte asintió y juntos se encaminaron a las sillas más cercanas.

—Iré a traerte algo de beber.

No menos de dos minutos después, Frederick estaba de regreso con un vaso de agua.

—Lamento dejarte sola, pero tengo que terminar la plática que mantenía con el señor Brown, prometo apresurarme, reposa un poco y en cuanto regrese nos iremos.

Beso su mano, de nuevo sin apartar la mirada de sus ojos, le sonrío y se alejó rápidamente.

Los deseos de quitarse las zapatillas y masajearse los pies, hacían que el paso del tiempo se hiciera más lento. Las hermanas Barton, unas mellizas más Frívolas de lo que un día fue su madre, no le quitaban la mirada de encima, lo cual le hacía imposible el acto de mover sus pies en forma circular para aliviar un poco el dolor, soportó todo como una verdadera dama, su madre se hubiera sentido orgullosa.

Tan concentrada estaba de su dolor que no había notado que las miradas de las hermanas Barton se habían dirigido a su costado, no sintió la presencia de nadie, hasta que un pequeño golpe en el hombro la hizo voltear.

—! Tú!

Afortuna mente, Charlotte había sido silenciada por la banda que comenzaba a tocar su última pieza. Pero sus expresiones de terror nadie las pudo calmar y las hermanas Barton las notaron.

—Querida, que modales son esos.

Él joven desconocido, se arregló la chaqueta un poco y recorrió la vista por el lugar.

—¿Qué haces aquí? — preguntó Charlotte, con un toque de histeria en su voz.

—No te asustes, preciosa, no he venido a buscarte a ti, en realidad mi prometida tiene familiares en la región y solo estamos de paso.

El desconocido tenía un nombre, una historia y un pasado que incluía a Charlotte. este caballero se llama Robert Wills.


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Amor desconocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora