Capítulo XI

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11.- Capítulo once

A Charlotte aún le sudaban las manos por el nerviosismo de la fiesta, recordaba con claridad las miradas envenenadas por parte de la mayoría de las mujeres de la reunión.

Jamás se imaginó que Frederick fuera tan cotizado entre las mujeres, sí, era un hombre sumamente atractivo y de una muy buena posición económica, pero, por lo que había escuchado en sus días de destierro; Frederick era un hombre un tanto arisco y muy poco hablador con el sexo femenino, según había escuchado, muchas de las damas que buscaban a su marido se habían casado con alguien más al ver el desinterés de él. Pero había muchas otras mujeres como las que habían observado esa noche, que aún no desistían.

Llevaban cinco minutos dentro del despacho y ninguno de los dos rompía el silencio, Charlotte esperaba que su marido se animara a hablar y le dijera para que la necesitaba, por su parte, Frederick mantenía la mirada fija en su mujer con las manos unidas sobre la barbilla.

—Charlotte...

Suspiró, y pasó los dedos por entre su cabello. La joven se enderezó al ver que Frederick por fin había hablado.

—¿Por qué estas tan nervioso? ¿acaso hice algo mal esta noche?

El temor en la voz de Charlotte era evidente y eso fue lo que hizo que Frederick la mirara con escepticismo. Se levantó de su silla y fue a posicionarse a un lado de su mujer, con ternura tomó su mano y la puso entre las suyas.

—Esta noche has sido la esposa más perfecta que pude haber deseado algún día. No temas, quiero hablar sobre nuestro matrimonio.

La respuesta no ayudó mucho a controlar sus nervios, el tema de su matrimonio era delicado y siempre que salía a flote algo malo pasaba. Apartó las manos de entre las manos de Frederick esperando que él no notara el sudor que escurría de ellas y asintió dándole a entender a Frederick que estaba lista para comenzar el dialogo.

—Querida, solo quiero aclarar unos detalles que creo son indispensables. En primera; lo del compromiso me gustaría que fuera una realidad, anhelo que puedas disfrutar de un cortejo como se debe, quiero tener un matrimonio de verdad, deseo que podamos llegar a enamorarnos para el día que nos casemos nuevamente.

"Segundo; Creo que lo mejor sería que vivieras en tu casa todo nuestro compromiso, no me gustaría y estoy seguro que a ti tampoco que comenzaran habladurías cuando alguien se entere que vives aquí. Obviamente no consumaremos nuestro matrimonio hasta que volvamos a casarnos, creo que es lo más correcto, ya que no podríamos ocultar un embarazo y la cuestión es hacer todo como se debe.

"Tú tienes total libertad para planear la boda a tu gusto y también puedes escoger la fecha que más creas conveniente. Sé que te estoy diciendo los planes como si ya fuera un hecho todo, pero esa no es la realidad, si algo de lo que he dicho, no te parece bien, puedes decírmelo y lo discutiremos con gusto, si tienes alguna otra idea, hazme el favor de comentarla"

¿Cómo debería sentirse? Charlotte sentía un extraño ardor en el pecho, pero no tenía muy claro como describirlo. Todo el plan que había hecho Frederick era perfecto, el que él quisiera cortejarla la emocionaba en sobremanera, deseaba volver a ver a ese jovencito tan educado y atento que había conocido.

—Todo está perfecto para mí, sólo veo un problema; Mi casa no está en las mejores condiciones de ser habitada...

—Mañana a primera hora mandaré a amueblarla y acondicionarla, no te preocupes por nada. ¿No tienes ninguna otra objeción?

—Ninguna.

—Bien, entonces creo que es hora de ir a descansar, ha sido una velada larga y agotadora.

Frederick le ofreció el brazo a su mujer y la encaminó hasta el pie de la escalera. Frederick frenó de pronto haciendo que Charlotte se girara.

—¿Puedo pedirte una sola cosa más?

Charlotte no lo dudo, asintió enseguida.

—¿Me podrías conceder el deseo y honor de poder darte un beso de buenas noches?

La cara no fue lo único que Charlotte sintió que se enrojecía, no supo siquiera de donde provenía ese absurdo deseo, pero pidió al cielo que se apagara.

—Soy tu esposa, no necesitas mi permiso.

Frederick sonrió. Tomó la cara de su esposa y con lentitud, casi temor, se acercó a ella, con sus labios aprisionó el labio inferior de ella y lo beso suavemente, su mano bajo a la cintura de la joven y la acercó un poco más al tiempo que sus labios tomaban los de la joven dama con un poco de más fuerza. Más rápido de lo que los dos hubieran deseado, se separaron.

Nadie dijo nada, caminaron en silencio hasta el cuarto de la joven.

—Buenas noches, Señorita Hamilton.



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Amor desconocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora