El tiempo pasaba lento para Frederick, y el camino jamás se le había hecho tan largo como en ese momento. Lo único que le quedaba hacer, era lanzar una plegaria al cielo y que cuando volviera con el carruaje, Charlotte aún se encontrara ahí.
La negrura de la noche estaba en su mayor esplendor cuando por fin el dueño de la casa hizo su aparición; el encargado del establo al escuchar las espuelas se levantó de un brinco intuyendo que de su señor se tratara, al verlo saltar del caballo, se acercó corriendo y con una suave reverencia saludó a Frederick.
—Trae el carruaje, no llames al señor Sinclair, yo mismo jinetearé.
El pobre capataz no hizo más que obedecer las órdenes de su señor.
Mientras tanto, Frederick entraba en la casa buscando con gran exaltación a la señora Sinclair. Por suerte La señora Sinclair aún no se retiraba a su dormitorio, en cuanto vio a Frederick, se ofreció rápidamente a prepararle algo de cenar, ofrecimiento que Frederick rechazó con premura.
—Señora Sinclair, aliste el aposento de la señora Erwine.
No dijo más antes de salir de la cocina, y dejar a un ama de llaves muy contrariada, la señora Sinclair aún no asimilaba lo dicho por su amo cuando esté regreso agitado.
—Y pensándolo bien, si, prepare algo ligero de cenar; para dos personas.
No bien dicho aquello, salió disparado y ahora sí, sin contratiempos caminó hasta el carruaje; el cual ya tenían preparado y listo.
El camino fue menos largo a causa de los nervios que sentía, su esposa lo esperaba; Jamás pensó que diría esa frase y la expectativa de repetirla en un futuro muy cercano lo llenaba de una extraña emoción. Emoción que lo hizo sonreír.
El temor volvió cuando la mansión se hizo visible, ¿Qué haría si Charlotte ya no estuviera? La idea lo llenó de terror, aparte de perder a su esposa, de nuevo, ¿Qué excusa le daría a la señora Sinclair? Sus temores se disiparon cuando por el ventanal logró ver una pequeña figura moverse de un lado a otro. La emoción volvió a apoderarse de él y el sentimiento, aunque nuevo, le era muy placentero.
Los nervios no la dejaban pensar con claridad, muy a su pesar, Charlotte tenía que aceptar que Frederick además de muy apuesto, era todo lo contrario a lo que su madre alguna vez le había dicho, jamás pensó encontrarse con el mismo niño que había conocido tantos años atrás, no logró ver ni una pizca de arrogancia ni altanería en su comportamiento.
Pero claro no era el comportamiento de él lo que la mantenía con los nervios a flor de piel, si no el acontecimiento que pasaría esa noche, ahora que por fin la había encontrado, tendría que ocupar el puesto que le correspondía y el puesto también incluía entregarse a su marido. Aunque sabía de primera mano que todo lo que su madre le había dicho sobre las relaciones íntimas era mentira, le daba terror que Frederick descubriera que no era digna para el puesto que él quería que ocupara.
Todo lo desconocido le daba miedo, temía que Frederick la rechazara en la primera noche, que su matrimonio fuera igual a de sus padres, temía jamás poder ser una buena esposa o una buena madre, terminar siendo lo que siempre odio.
Algo extraño sintió, cuando al levantar la mirada vio a Frederick en el umbral de la puerta, no sabía el por qué, pero en cuanto su mirada se posó en la de su marido, todo ese miedo que hasta hace unos minutos había experimentado, desapareció.
No, no era amor lo que experimentaba, era confianza y tranquilidad, solo con ver la manera en la cual Frederick le sonreía, le hacía saber que su matrimonio no sería igual al de sus padres, sabía que Frederick no permitiría eso.
—Su carruaje espera, Milady.
Una risa salió de los labios de Charlotte y con paso firme caminó hasta ponerse a un lado de su esposo, con nervios y un poco de valentía enredó su brazo con el de él.
Arribaron a la mansión Erwine y como todo buen caballero, Frederick ayudó a descender a su mujer, en la entrada ya lo esperaba la señora Sinclair junto con su marido y algunos sirvientes más. Frederick no pudo evitar rodar los ojos y mirar con desaprobación a su ama de llaves.
—Respira y tranquilízate — Le susurró a su mujer.
El nerviosismo de ella era más que evidente, el color rojo no abandonaba su rostro y un tic nervioso había aparecido, trató de seguir el consejo de Frederick, pero al cada vez acercarse más, los nervios aumentaban en vez de disminuir.
—La cena que me solicitó ya se encuentra servida, al igual que la recamara lista para usar, señor.
—Gracias, señora Sinclair. — Carraspeó un poco, así llamando la atención de todos, que mantenían la vista fija en Charlotte —Les presento a la Señora Charlotte Erwine, de hoy en adelante la señora es la dueña de esta casa y su voz es ley.
La impresión ante las palabras dichas fue evidente, la mayoría miraba de Charlotte a Frederick sin ningún reparo olvidando la jerarquía de su patrón. Frederick escoltó a Charlotte hasta el comedor, alejándola de las miradas curiosas.
—Mandé preparar algo de cenar, espero tengas hambre.
La realidad era que, si tenía hambre, pero los nervios le harían imposible ingerir algo sólido.
—No tengo apetito.
Frederick no le reprocho nada, en cierta medida la comprendía. Se ofreció a acompañarla hasta su alcoba.
Los nervios de Charlotte aumentaron al grado de hacerla querer vomitar, no estaba preparada para ser su mujer en toda la extensión de la palabra, aún no. Al llegar al que sería su dormitorio, Frederick le dio instrucciones de dónde encontrar su neceser y el horario para el desayuno y con una reverencia se retiró, dejando a Charlotte estupefacta.
En lo último que Frederick pensó fue en dejar su celibato esa noche, lo único que le importaba era la comodidad y tranquilidad de Charlotte. Entró en su dormitorio, despidió a su ayuda de cámara y se dejó caer en la cama con una sonrisa que duraría toda la noche.
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Amor desconocido
Historical FictionFrederick Erwine, tiene a todos los habitantes del condado de Dumfriesshire a sus pies. Las madres, tratan de emparejar a sus hijas con tremendo partido, los caballeros, buscan incluirse en sus negocios, las jóvenes, rezan para que las note y los ni...