Capitulo 1

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Los Anderson.

Una familia anteriormente compuesta por seis personas. Un padre, una madre, ambos a cargo de cuatro maravillosos hijos, y ahora yo.

Una chica de 14 años recientemente huérfana que no recuerda nada más allá de un año hacia atrás.

Hasta donde recuerdo, un accidente en carretera hizo que me golpeará la cabeza provocando un daño de lo que recuerdo de conversaciones ajenas: "irreversible".

—¡Sky!— El grito de los chicos bajando las escaleras a prisa me hizo dar un brinco hacia atrás tirando casi una foto que me resultaba familiar, la acomode en su lugar y me aleje de la mesita que estaba en la sala para no arriesgarme y tirarla.

—¡Santa Madre Tierra! Mi bebé ha crecido.—Uno de ellos se abalanzó hacia mi y sin poder evitarlo me tomó por la cintura y comenzó a girar conmigo en el aire.

—¡La mareas imbécil!—El grito del otro chico fue suficiente para que el rubio me bajara casi al instante.

Ni bien toque el suelo con los pies los últimos dos chicos rulosos me aplastaron en un abrazo dejando un beso con baba en mis mejillas cada uno de un lado.

Los cuatro se posicionaron frente a mi con una extraña y similar sonrisa en sus caras.

—¿Hola?— Balbucee mirando como trataban de contener su repentina felicidad hacia mi tratando de limpiar discretamente sus besos de mi cara.

—¡Su voz sigue igual de tierna!

—¡Voy a llorar aquí mismo!

—Que alguien llame a mamá.

Sus reacciones y gestos eran tan curiosos y a la vez divertidos que no pude evitar soltar una risa con la boca cerrada, sonó casi igual a cuando un sapo se inflaba.

Pero al parecer eso era tierno porque todos soltaron un "Aww" de forma sincronizada.

—Chicos basta.— La dulce voz de Mariana, su madre, se hizo presente y suspire al poder reconocer a alguien en ese momento.—La van a espantar.

—¡Por favor!—Se quejó el castaño yendo hacia la puerta de la cocina donde había desaparecido junto con algunas bolsas de comida. —Ella nos ama y lo seguirá haciendo sin importar nada.—Con una sonrisa en su cara desapareció por la puerta principal, y con la misma volvió iluminando aquellos ojos verdes que me causaban curiosidad.

—¿Cómo has estado Pequeña?— El rubio fue él único que se quedó a mi lado viendo como los demás chicos salían a ayudar.

Asentí con la cabeza sin mirarlo y seguí los pasos de todos hacía afuera. El camino adoquinado era hermoso, empezaba al terminar los escalones de madera de la entrada y terminaban desvaneciéndose de manera muy graciosa antes de llegar a un enorme salón usado de cochera considerablemente retirado de la casa.

Llevaba apenas una semana aquí y solo salí de la casa tres veces, no llegue ni al final del hermoso camino cuando volvía a la casa por miedo de que algún animal salvaje apareciera de entre los árboles. Sin mencionar que no había visto a ninguno de los chicos rondando por la casa.

Por que sí, los Anderson tenían una extraña obsesión con vivir retirados de la civilización, y la mejor manera de lograrlo era construir su casa en quien sabe que parte del bosque, era de dos grandes pisos y un sótano cerrado con llave, la mayoría de las paredes estaban remplazadas por hermosos y gigantescos ventanales que por dentro te dejaban ver todo y causaba efecto contrario desde afuera.

—¿Necesitan ayuda?— Pregunte cuando estaba lo suficientemente cerca de Peter, el doctor y padre de la peculiar familia.

—No cariño. Deja que los chicos se encarguen.— Dijo dándole las bolsas que el cargaba a sus hijos. Me sonrió y paso un brazo por mis hombros cerrando la cajuela después de que los chicos hicieran una carrera para ver quien llegaba primero.—¿Ocurre algo?—Preguntó al percatarse de mi incomodidad.

Se agachó a mi altura antes de salir y desvíe mi mirada hacia los diferentes autos que había estacionados perfectamente en una derecha linea, me encogí de hombros y cuando regrese mi vista al frente sus ojos oscuros como los de su esposa se conectaron con los míos, haciéndome descifrar en ellos que podía contarle todo lo que me pasara como aquel día cuando fueron por mi a la casa hogar donde me dejaron mientras encontraban quien se hacia cargo de mi desde que mis padres murieron.

—Yo...— Rasqué mi cuello en un intento de confesar lo que pasaba.

—Vamos. ¿Qué pasa?

—No recuerdo a los chicos.—Susurré con pena; ambos me habían hablado de ellos, me platicaban cada historia que recordaban conmigo.—No recuerdo sus nombres, no se si me llevaba bien con ellos. Nada. Y es un poco difícil tratar de empezar de cero cuando ellos parecen recordarme del todo y les alegre saber que estoy aquí.

Lo vi sonreír con ternura.—Sabrán entender. Tomate tu tiempo Sky.

Se puso de pie y camino dejándome sola, suspiré y regrese a la casa donde no había nadie en la sala. De las grandes escaleras bajo Mar, su bolso colgaba de su brazo y del otro sostenía papeles que parecían importantes. 

—¿Se van?— Pregunte, Mar había salido deprisa y Peter se había detenido a besar mi frente.

—Volveremos mañana a primera hora. 

—¿Mañana?—Sin responderme salió cerrando la puerta que hizo eco en el lugar.

—Trabajan lejos. Casi no están en casa.

Relamí mis labios cuando el Rubio dijo eso, no quería estar sola con cuatro a los que no conocía. 

Entré a la cocina y me quedé en la puerta, los cuatro estaban haciendo un gran bullicio mientras acomodaban las cosas de las bolsas.

Los mire a cada uno y trate de hacer memoria para recordar sus nombres.

Uno rubio, un castaño y dos con rulos.

Escarbé en mi cabeza esperando encontrar algún dato que me sirviera útil, un recuerdo o un nombre, pero mi cerebro estaba empeñado a no cooperar como con muchas otras cosas.

Una punzada en la cabeza hizo que dejara de buscar respuesta a esas absurdas preguntas, mi vista se nublo tornándose negra e hice una mueca ante el repentino dolor, solté un quejido tratando de salir de ahí. 

  —¿Sky?

Abrí los ojos buscando al dueño de esa voz, estaba torciendo mis dedos detrás de mi espalda para no gritar, mi vista recayó en aquellos ojos verdes, tenían un brillo que no había visto la primera vez. Trague saliva señalando la puerta, la atención de los cuatro en mi me ponía nerviosa e incomoda. 

—Estaré arriba.— Dude en si me escucharon, pero no había podido despegar mi vista del castaño, sus ojos me estaban atrapando, sentía mi cuerpo entumecido, y vagas imágenes comenzaban a formarse en mi mente, había experimentado esa misma sensación cuando había olvidado tomar aquellas pastillas que mamá me daba, un regaño de su parte fue suficiente para que no volviera a pasar, y en este caso, solo basto que alguien se atravesara entre nosotros para que el brillo de sus ojos desaparecieran y con ellos alguna posibilidad de recordar algo.

Algo no estaba bien conmigo.

O con ellos.

Viviendo con VampirosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora