Capítulo 56

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Brooklyn.
27 de febrero 2015.

Elina.

En exactamente una semana sería la boda con Eric, pensarlo me revolvía el estómago y me ponía de mal humor al instante recordando cuánto lo odiaba a él y a Ivar que me tenía más vigilada que un maldito prisionero.

Había logrado recuperar un poco de peso luciendo menos demacrada, como si nunca hubiera estado muerta en vida, la tristeza aún habitaba en mi cuerpo me era imposible no romper en llanto cada que colgaba la llamada con mis hermanos.

Lo extrañaba.

Aquella tarde salí del Loft conduciendo hacia Manhattan dispuesta a recoger mis últimas pertenencias en el penthouse al fin y al cabo cuando me casara me iría a vivir con Eric a aquella casa en el bosque.

Al entrar al edificio no se encontraba Robert a su puesto así que seguí de largo al ascensor poniendo la tarjeta en el sensor para que el ascensor subiera hasta el penthouse, tenía la piel un poco pálida y las ojeras se me marcaban en un color oscuro como un reflejo de lo mal que la estaba pasando.

Logré visualizar a Kara junto con Ethan en la cocina desayunando como cualquier otra pareja jugueteando entre ellos, Kara se detuvo cuando me miró a medio lobby camino hasta mí observandome.

–¿Estás drogada?

Sus palabras me tomaron por sorpresa.

¿Creía eso?

Apreté los puños.

–¿En serio Kara? ¿Crees que estoy drogada?–dije irritada– tú más que nadie sabe la mierda que viví con eso como para que creas que estoy drogada.

Guardo silencio mientras yo seguía el camino a mi habitación que era un desastre tal y como la última vez que estuve aquí, abrí el closet de par en par sacando una maleta que lancé a la cama donde la abrí dejando caer mi ropa sin esfuerzo de ordenarla.

–Elina...

Detuve mi mano en la camiseta de Niklaus, la apreté en mi puño sintiendo las lágrimas picarme los ojos y con el corazón hecho nada lancé la camiseta a la maleta.

Odiaba esto

–¿Qué haces?–dijo mirando la maleta.

–Me voy ¿no es evidente?–cerre la maleta– pronto me casaré, no tiene caso que mis cosas sigan aquí.

–Pero... creí que... no ibas a casarte.–titubeo.

–La vida da muchas vueltas Kara.–baje la maleta de la cama.

Salí de la habitación arrastrando la maleta, mire un momento a Ethan que estaba al tanto de lo que estaba pasando en mi vida.

–Espera... ¿solo te vas?

–Kara, por favor.–me detuve para mirarla.

–Algo está pasando aquí, te conozco.–parecía agobiada.

–Lo que pasa no es de tu incumbencia, mete las narices en otro lado.–gruñí.

Su boca se abrió por la sorpresa.

–Linda, deja que se vaya.–susurró Ethan.

–¡No! Dios, algo está pasando.–se acercó a mí– puedes confiar en mí, intentaré ayudarte.

Sus ojos se empañaron y sentí una punzada en el pecho.

Mierda.

–No puedo confiar en nadie.–farfulle.

–Inna soy yo, Kara.–me sujeto de las mejillas– soy tu amiga.

Negué quitando sus manos de mis mejillas.

–No me busques Kara, nunca más.

Me gire antes de que las lágrimas cayeran por sus mejillas rosadas, dentro del ascensor pude ver cómo Ethan la sujetaba para que no fuera detrás de mí y se lo agradeci con la mirada antes de que las puertas metálicas se cerrarán, me pegue a la pared detrás de mí y lleve mi mano a mi pecho sintiendo como me ahogaba.

¿Qué tanto podías soportar por las personas que amas?

En la recepción se encontraba Robert que al verme me regaló una sonrisa.

–Señorita, tengo algo para usted.–rebusco en un cajón.

Me acerque sintiendo como todo me pesaba, mire la caja que dejo Rob sobre el mostrador y todo me dió vueltas, tuve que reunir mis fuerzas para no desmoronarme delante de él al ver la caja de terciopelo.

El anillo de promesa.

–El señor Schwarz me pidió que se lo entregará cuando la viera.–sonrió alegre.

–Yo... Eh... Gracias Rob.–tome la caja.

Me despedí de él y salí del edificio yendo directamente a mi coche metiendo la maleta en la cajuela con prisa por marcharme al sentir como alguien me vigilaba, mire a mi alrededor esperando ver a las personas que Ivar Cohen tenía seguiendome sin embargo no ví a nadie.

Subí al coche y lo encendí comenzando a conducir de vuelta a Brooklyn con mil sentimientos atorados en mi pecho que fueron liberados en un semáforo en rojo cuándo saque la cajita y la abrí mirando el diamante rojo brillando.

El brazalete, la esclava con nuestros nombres, todo sería un recuerdo de lo que fue nuestro amor y nunca más podría ser.

Una lágrima tras otra cayó y sin poder evitarlo llore en aquel semáforo que había cambiado su luz a verde haciendo que los coche hicieran sonar el claxon, mi cuerpo se sacudía por los sollozos pero seguí conduciendo hacia el Loft dónde pude desahogarme sin que nadie me molestará.

Nunca iba a dejar de doler.

Destrui todo a mi paso lanzando lo que me encontraba al piso, los cristales hacían eco al golpear el piso esparciendose por el piso terminando debajo de los sillones.

–¡Te odio!–rompí la mesa de cristal.

Tire las sillas, rompí los vasos y comencé a beber alcohol entre lágrimas sintiendo como la garganta me ardía por el líquido, la botella termino manchada de sangre que salía de las pequeñas heridas que tenían mis manos por los cristales incrustados.

La botella se hizo añicos cuando otro ataque de ira me envolvió nublandome el razonamiento, mi estabilidad se había ido al carajo hace mucho tiempo.

Tome un pedazo de cristal del piso encajando la punta en el interior de mi muñeca, la sangre brotó de aquel pequeño punto que había hecho el filo, solo un hilo de sangre.

Deje caer el cristal al piso antes de cometer una locura, deje el desastre atrás yendo a la habitación manchando la puerta blanca de rojo por la sangre que seguía saliendo de la herida en mi muñeca.

En la maleta busque la camiseta de Niklaus y me la puse después de tomar una ducha, su olor me envolvió e imaginé que estaba a mi lado abrazándome pero la realidad era otra.

Él no estaba.

Dulce Infierno ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora