38: Refugiados

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Estoy sentada contra la pared y siento que me falta el aire. Fred y George piden a todos que se corran y dejen lugar a mi alrededor, y se inclinan para ver si me siento mejor. Yo dejo la cabeza gacha y trato de normalizar la respiración.

Black estuvo aquí, en este mismo pasillo, hace nada más que un rato. Pensar que estuve tan cerca de ir a la Torre antes de comer... Podría haber muerto. Y él podría haber matado a alguien.

—Permiso —dice la profesora McGonagall y se para frente a mí. Levanto la cabeza y veo manchas negras por todos lados—. Quédate sentada, ahora llamo a la enfermera.

No puedo ni contestar. La cabeza va a explotarme. Hay chicas llorando, Colin Creevey y su hermano Dennis están pálidos, y Percy no para de moverse de un lado a otro, tratando de hacer callar a todos los que hablan con preocupación. Si lo sigo mirando, voy a marearme.

—Vino a buscarme —murmura Harry.

—Por favor —dice Dumbledore—, intenten no alterarse y sigan a los Prefectos y Delegados al Gran Salón. Quiero que toda la escuela se reúna allí.

Percy va a comunicar las órdenes a las demás casas, mientras que Maggie y Ryan Sanders, los Prefectos, indican que los sigamos. Hermione y Neville me ayudan a pararme y no me sueltan hasta que llegamos hasta el Gran Salón, donde McGonagall, que cerraba la marcha, me ofrece una silla y un vaso de agua.

—Y quédate sentada todo el tiempo que necesites —dice, siendo mínimamente amable conmigo por primera vez desde que incendié la pluma en su clase. Al parecer no le quedó mucho rencor por lo de Hogsmeade.

El agua y el espacio que hay en el Gran Salón me despejan un poco la mente y puedo respirar con normalidad. La puerta del lugar está firmemente cerrada, y los Prefectos se encargan de dejar pasar a la gente. La mayoría de los profesores está registrando el castillo, en busca de Black. Espero que no haya habido víctimas, además de la Dama Gorda.

—Señores Weasley, no fastidien a la señorita —dice McGonagall cuando ve que los gemelos se sientan conmigo—. Se encuentra muy débil.

—Solamente venimos a asustarla con calabazas —dice Fred.

—Oh, las calabazas —dice McGonagall y se marcha al centro del salón. Con su varita hace desaparecer todos los adornos de Halloween y pronto el Salón se ve como siempre, y hasta las estrellas parecen las de siempre. En cambio, los alumnos sentimos que han pasado mil años desde el banquete.

Me mantengo callada para no volver a desequilibrarme, y para evitar pensar en lo que no quiero, miro las caras de los otros alumnos. Angelina está tranquilizando a Hillary, que tenía los nervios un poco alterados desde la última práctica de Quidditch, en la que Wood le gritó por haber perdido la Quaffle tres veces, lo cual solo la ponía más y más nerviosa (también les gritó un par de veces a Fred y a George, pero ellos dos viven en su propio mundo y siguieron en sus cosas sin inmutarse); por otro lado están Lavender y Parvati, hablando sin parar con un par de chicas de segundo y probablemente llenándoles la cabeza de las predicciones que Trelawney ya hizo sobre este día. Mientras observo todo esto, un grupo de Hufflepuff se me acerca y pregunta algo que no entiendo, porque estoy un poco atontada. Busco la cara de Cedric entre la multitud, pero es en vano; seguramente está del otro lado de la puerta, vigilando.

—¿Qué? —les pregunto a las chicas que me miran con curiosidad. Ahora hay un par de Ravenclaw también.

—Si ustedes vieron a Sirius Black —dice Dala Henderson, sin mirar a Fred—. Todos dicen que los de Gryffindor vieron todo lo que sucedió.

—¿Es verdad que mantuvo cautivo a uno de ustedes durante todo el banquete? —pregunta Cho.

—¿Qué? —vuelvo a decir, pero esta vez por mi incredulidad—. No, no pasó nada de eso.

Leyla y el prisionero de Azkaban | (LEH #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora