12. La lógica ve lo que quiere

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2002

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2002

Como era habitual en esos días, veía a Winnie con cigarrillo en mano, caminando de lado a lado en la sala. Era interesante que creyera que podría arrebatarme mi escepticismo, pero con todo lo que he experimentado, era más fácil conseguir la paz mundial. Sin embargo me quedaba escuchándola, aunque se me hiciera infantil sus divagaciones.

—Sabes que es muy difícil que alguien crea que haya algo más allá del mundo material —deja escapar el humo de sus labios de forma brusca— . Nos preocupamos por cosas estúpidas.

—¿Qué se supone que hagamos?, ¿dejar nuestros trabajos y vivir en el bosque? —añado con sarcasmo, ganándome una sonrisa simpática por parte de ella.

—Es un error común —movió sus manos mientras divagaba— . Sólo digo que dejamos de ver lo esencial, nos perdemos y luego nos preguntamos porqué somos tan miserables.

—Entonces, dime qué es lo esencial.

—La vida —dice con un brillo en los ojos— , y cosas absurdas, que prefiero no decirte porque ya me imagino vas a reírte.

—No es verdad —niego con la cabeza, pero la forma en que me ven sus ojos me hacen reír— . Lo lamento, pero suena estúpido.

—Gracias —responde sarcástica— . A veces me pregunto si de verdad algo te importa, o siempre eres tan frío y distante.

—No soy frío...

—Claro que sí —asiente. Entonces se acerca a sentarse en mis piernas, mirándome fijo— . Para ti, todo es lógica y si no puedes explicarlo, dices que es una tontería. Vaya que eres un niño asustadizo.

La chica seguía ahí, como si lo que dijo no fuera tan malo. Y en realidad, no me importó. Ella era una niñita inmadura, hablando con filosofía barata.

Sus ojos estaban opacos con ese aire de misticismo que solía llevar puesto, aunque supiera disimularlo bien. Al ver que no decía nada, me empujó hacia atrás en el sofá y se levantó. Agarró su abrigo; unos segundos después, se dirigió a la puerta.

Sin pensarlo, la seguí.

Sus pasos eran rápidos, muy precisos. Se alejaba cada vez más rápido, escaleras abajo. A través de las rejillas veía su mirada iracunda.

—¿Qué cagada esperabas oír? —gruño con fuerza, tratando de agarrarle un brazo, pero ella me lo arrebata.

Se voltea de improviso a encogerse de hombros, yo me detengo en seco en frente de ella. Sólo lograba ver enojo en todo su ser.

—¿Por qué no soy capaz de tener la razón o que al menos consideres lo que digo? —su voz es serena, pero aún la veo tensa. Gruñe al no tener una respuesta inmediata— ¿Eh? Te escucho.

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