Dulce no quería beber, pero algo le hizo alzar la copa y llevársela a los labios.
Chris esbozó una sonrisa de satisfacción.
En tres años, Ucker había madurado mucho. Sus sedosos cabellos castaños, antes largos, ahora estaban brutalmente cortos. Antes tenía ojos alegres, ahora se veían serios. Sus labios ya no sonreían traviesamente, dándole aspecto de bandolero; ahora, eran los labios fríos y controlados de un hombre de negocios implacable.
Pero... ¿por qué se fijaba en esas cosas? Porque aún no lo había olvidado, porque aún recordaba muchas cosas; sobre todo, los momentos que habían compartido sus cuerpos en la cama. Y se preguntó si habría algún hombre en el mundo que pudiera despertar en ella el mismo deseo que Christopher.
Pero un matrimonio no era sólo sexo. Una pareja necesitaba compartir otras cosas y debía basarse en la confianza del uno en el otro, algo que no se había dado entre ellos.
Christopher: ¿Más champán?
Dul asintió y Chris llamó a otro camarero.
Christopher: ¿Te gusta lo que ves?
Al instante, Dul desvió la mirada, disgustada por el hecho de que Ucker se hubiera dado cuenta de que lo había estado observando detenidamente.
Dulce: Tus facciones han cambiado, se han endurecido.
Christopher: Debe de ser por el trabajo. Mi negocio ha crecido mucho. Ahora tengo oficinas en el continente y, al año que viene, voy a abrir otra en Nueva York. Casi nunca estoy en casa.
Dulce: No me sorprende —observó irónicamente.
Una repentina ira se apoderó de él.
Christopher: Sabías que no tenía más remedio si quería hacer crecer mi negocio. Dulce, la verdad es que no has cambiado nada. No vales para ser la esposa de un hombre de negocios.
Dul no respondió, se limitó a alzar su copa y a beber.
Christopher: Así que no se debe a que me hayas echado de menos el hecho de perder peso, ¿verdad? Otro es el causante —dijo con sus hermosos ojos clavados en ella.
Ignorando la pregunta, Dul respondió:
Dulce: De hecho, estoy contenta por ti. Te mereces el éxito que tienes.
Christopher: Gracias. Y ahora, dime qué has estado haciendo durante los últimos tres años. Tu madre me dijo que te habías ido a vivir a otra parte.
Dul le miró con incredulidad.
Dulce: ¿Hablaste con mi madre?
Christopher: ¿Qué creías, que no iba a buscarte? —preguntó arqueando las cejas.
Dulce: Mi madre nunca me lo dijo.
Christopher: A mí tampoco me dijo dónde estabas. Me dijo que si trataba de encontrarte tendría que vérmelas con ella. Tu madre es una mujer muy fuerte. Me pregunto qué le contaste. Me habló como si yo fuera un sinvergüenza.
A Dul le sorprendió que su madre se hubiera puesto de su lado. De repente, apretó los labios y contuvo las lágrimas.
Dulce: Mi madre ha muerto hace poco.
Christopher: ¡Oh! No lo sabía. Lo siento.
Dulce: Estaba muy enferma al final. Fue un alivio para ella.
Christopher: Debes de echarla mucho de menos.
Dul asintió.
Christopher: ¿Dónde vives ahora?
Dulce: En casa de mi madre —respondió con desgana.
Christopher: ¿Hay algún hombre en tu vida?
Dulce alzó las cejas con gesto interrogante. Esperaba que Christopher no estuviera pensando en sugerirle que se fuera a vivir con él otra vez.
Dulce: Eso no es asunto tuyo.
No, no había habido ningún otro hombre en su vida después de Ucker. Y no quería que él siguiera haciéndole preguntas de tipo personal.
Dulce: Bueno, me voy —declaró poniéndose en pie.— Pediré un taxi. Si ves a Any, dile que me he marchado.
Pero Chris la detuvo.
Christopher: Si insistes en irte, yo mismo te llevaré —declaró con esa atractiva voz suya.
Y cuando le agarró la muñeca, Dulce se sintió perdida. Christopher se había apoderado de su cuerpo y de sus sentidos... Y no había escapatoria posible.
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Bajo Su Hechizo
De TodoQuería que fuera su secretaria durante el día... y su amante de noche. Cuando Dulce María volvió a ver a su marido tres años después de abandonarlo, su primer instinto fue huir. Christopher Uckermann no volvería a hacerla sufrir. Chris buscaba ven...