Capítulo 37

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Dulce no podía creer la tontería que había hecho. Había permitido que Christopher la sedujera.

¿Y por qué él había querido seducirla? ¿Qué estaba tratando de demostrar? Y ¿qué pensaría? Debía de pensar que ella aún lo quería.
Con miedo de mirarlo a los ojos, Dul se levantó y, después de agarrar su ropa, salió corriendo de la habitación. Pero no llegó muy lejos.

Christopher: ¡Dulce! —la voz de él la hizo detenerse.— Creía que querías hacerlo. No huyas de mí ahora.

Dulce: Yo también lo creía —dijo volviéndose,— hasta que me he dado cuenta de lo que he hecho. No he venido aquí para esto, Christopher. He venido a trabajar y no quiero tener una aventura amorosa contigo.

Christopher: Es una pena, porque a mí sí me gustaría —murmuró.

Dulce: No voy a permitir que vuelva a ocurrir, Uckermann —le dijo en voz baja.— Lo de esta noche ha sido una equivocación y no va a volver a repetirse.

Christopher: Pero te ha gustado, ¿no? Porque a mí me ha encantado.

Dul, avergonzada de sí misma, asintió.

Christopher: Entonces, ¿cuál es el problema? ¿Por qué no podemos divertirnos un poco mientras estamos aquí?

Dulce: ¿Divertirnos? ¿Es así como lo llamas? —preguntó encolerizada.— Yo lo llamaría un ataque personal a mis defensas. Voy a decirte una cosa, Christopher Uckermann: de ahora en adelante, no voy a bajar la guardia ni un segundo. ¿Me has entendido?

Christopher: ¿Es eso lo que he hecho?

Dulce: ¡Más o menos!

Christopher: Me ha parecido que sabías exactamente lo que ambos estábamos haciendo.

Dulce: No, te has aprovechado de mí —dijo en tono acusatorio.—. Me has seducido. Llevabas todo el día seduciéndome.

Él sonrió irónicamente.

Christopher: Y yo que creía que estabas pasándotelo bien conmigo en vez de considerarme tu enemigo número uno. Al menos eso es lo que me decía tu cuerpo debajo del mío. ¡Qué equivocado estaba!

Dul sabía que Ucker se estaba burlando de ella y continuó la marcha hacia su dormitorio, pero él no se había dado por vencido. La siguió y abrió la puerta del dormitorio de ella antes de que le hubiera dado tiempo a echarle el cerrojo.

Christopher: ¿Qué es lo que tanto te molesta, Dulce?

Dulce: Estoy convencida de que no quieres que vuelva contigo definitivamente. Por eso, me pregunto qué tramas.

Christopher: ¿Por qué piensas que tramo algo?

Ella frunció el ceño y lo miró con expresión de recelo.

Dulce: Porque estás siendo demasiado amable conmigo. Te dejé, ¿o es que lo has olvidado? Y luego, cuando nos volvimos a ver, tuviste que ayudarme porque estaba completamente endeudada. ¿Por qué te portaste tan bien conmigo?

Christopher: Porque soy un buen tipo —respondió sonriente.— ¿No estás de acuerdo?

Dul sacudió la cabeza.

Dulce: En ese caso, si eres tan buen tipo, sal ahora mismo de mi habitación.

Con sorpresa, vio que Chris hacía lo que ella le había pedido. Entonces, se sentó en el borde de la cama, odiándose a sí misma, odiando a ese hombre y odiando aquel lugar.
¿Qué había hecho?

Dulce durmió poco aquella noche; sin embargo, a la mañana siguiente sabía qué camino debía tomar. Era la secretaria de Christopher, nada más. Por lo tanto, se vistió con una discreta blusa blanca y una falda de tubo. Cuando bajó a desayunar, casi sonrió al ver la expresión de sorpresa de Chris.

Christopher: ¿Qué es eso? —preguntó con el ceño fruncido.

Dulce: Mi uniforme de trabajo. ¿Hay café, señor Uckermann?

Christopher: ¡A qué viene eso de señor Uckermann! exclamó.— Incluso Maite me llama por mi nombre de pila cuando estamos solos. Déjate de tonterías y…

Dulce: No son tonterías —le interrumpió.— He venido aquí a trabajar, ¿no? Lo esperaré en la oficina después de que termine de desayunar. Yo me voy a subir el café arriba.

Christopher: Se trata de una broma, ¿no?

Dulce: No. Hablo completamente en serio.

Christopher: Insisto en que desayunes conmigo. No puedes trabajar con el estómago vacío.

Dulce: Puedo y lo haré.

Pero cuando fue a marcharse, Ucker le agarró la muñeca y la obligó a sentarse.

Christopher: He dicho que vas a desayunar conmigo.

Dul se mordió la lengua para no contestar. Chris le sirvió un café y empujó hacia ella un cestillo con pan tostado.
Tras unos segundos de vacilación, Dulce agarró una tostada y la untó con mantequilla y mermelada. A pesar de que no tenía hambre, comió.

Christopher: ¿Por qué? —preguntó cuando ella hubo terminado la tostada.— ¿Te has convertido en un camaleón?

Dulce: No sé qué quieres decir.

Christopher: ¿No? Puede que no hayas cambiado de color, pero sí de manera de pensar.

Dulce: Lo de ayer fue un error —le espetó.

Christopher: Un error, ¿eh? ¿Y me vas a decir que no quieres repetirlo?

Dulce: ¡Jamás! —contestó rotundamente.— ¿Es que no lo dejé claro anoche?

Christopher: Pensé que después de un sueño reparador podrías...

Dulce: ¿Cambiar de parecer? Ni hablar, señor Uckermann.

Christopher: En ese caso, supongo que será mejor que nos pongamos a trabajar de inmediato —dijo, y se dirigió hacia el estudio seguido de ella.

Durante el resto del día, estuvieron tan ocupados que Dulce no tuvo tiempo de pensar en su relación. Christopher se mostró brusco y eficiente, y esperaba de ella un trabajo rápido y bien hecho.
Después del trabajo, cuando apagaron los ordenadores y cerraron el despacho, Chris volvió a cambiar. De nuevo, se transformó en el hombre con el que se había casado: encantador y atento... y un auténtico peligro para su salud mental.

Christopher: ¿Te apetece un baño antes de la cena? —sugirió.

Dulce asintió. Le parecía una idea excelente para relajarse después de una larga jornada laboral.

Bajo Su HechizoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora