Capitulo 8

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La gente que pasaba hacía caso omiso a su joyería, Adhara se ponía cada vez más nerviosa, comenzaba hacerse tarde, y no tenia dinero para regresar. La idea de quedarse a dormir en la calle no le molestaba, había vivido de aquella forma por mucho tiempo. Tener techo y comida eran un lujo que nunca desairaría, pero Adhara contraria a la típica inocencia infantil, nunca olvidaría que la vida podía ponerte a dormir en un callejón repleto de alimañas. Y como la vida se presentaba tan impredecible, Adhara encararía lo que le depara el futuro con la firmeza de una sobreviviente, un ser adaptable ante la más retorcida situación.

Pero justo en ese momento pensaba lo molesto, y preocupado, que se pondría Kreacher cuando no apareciera para el atardecer. Algo extremadamente contradictorio, siendo que había salido a hurtadillas de la casa con la intención de volver con una sorpresa grata para el viejo elfo. Sabía que no le esperaba una sonrisa de gratitud, lo más amable que Kreacher haría sería decirle que dejara de hacer tonterías, y sin embargo, Adhara no podía más que desear vender algo para volver con los bolsillos tintineando con dinero, quería ayudarlo a sobrellevar la carga financiera que apenas realizaba que representaba.

—¡Hey Fred! —el pelirrojo codeó a su doble genético— ¡Que tal eso! Es mejor regalo que darle cubiertos nuevos a mama.

—Parece que olvidas la regla de oro, George —agregó sonriendo ladinamente—  todo regalo Weasley debe ser útil, que sea bonito solo es un bonus extra.

—Oh, vamos Fred —replicó rodando los ojos— al menos sorprendamos a mama este año, siempre terminamos regalándole utensilios de cocina.

—¡Y nunca la he visto quejándose! —replicó sagaz.

—¡Por supuesto que no! ¡Hablamos de la mujer que casi llora cuando Ginny le recitó un poema! —replicó con una corta risa—. Pero lo digo en serio Fred, démosle algo bonito este año, jamás va decirlo en voz alta, pero sé que le gusta este tipo de cosas.

—Supongo que tienes razón —suspiro con derrota— la he visto admirar joyería desde las vitrinas por más tiempo del necesario, mamá no sabe ser muy discreta.

—Entonces, veamos cuánto cuesta.

—Después de ti, hermano.

Ambos pelirrojos entraron a la tienda con grandes sonrisas, solo para salir dos minutos después con ceños fruncidos y los rostros pálidos de susto.

—¡Veinte Galeones! —exclamó incrédulo Fred— ¡Dios mío! ¿Acaso Merlin mismo defeco ese collar?

—¡Eso es un precio criminal! —concordó su gemelo— ¡Ni siquiera es un collar tan bonito!

—¡Nada digno de nuestra querida madre!

Perturbados por el exorbitante precio, caminaron ignorantes de donde pisaban.

—¡Cuidado!

Un par de manos empujaron a George, y este, como efecto dominó, termino empujando a Fred. Los gemelos se quejaron adoloridos desde el suelo.

—Que demonios —masculló Fred sobándose el brazo.

—Casi tiran mi mercancía —exclamó una tercera voz desconocida para ambos.

—¿Que d...? —George callo al ver lo que la niña sostenía entre sus manos— ¿Estas vendiendo eso?

—Todo está a la venta —replicó Adhara sin titubeos.

—¡Casi nos mata! ¡Y estás pensando en comprarle! —recriminó con molestia Fred a su lado— ¿Y te haces llamar mi hermano?

—No iba a dejar que lastimaras mi inversión —contesto Adhara con honestidad— debo venderla, no quebrarla.

Adhara BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora