Capítulo 5

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Capítulo 5

Darel era un hombre alto para su edad, delgado. Su cabello era largo y liso, con finos mechones de color rojizo oscuro que caían dibujando serpientes de fuego en su cabellera oscura. Sus ojos tenían forma almendrada y eran de un magnífico color azul cielo, sus labios rosados y finos y su mandíbula cuadrada. Aún no le había crecido la barba, pero bajo los labios y a lo largo de todo el mentón empezaba a extenderse una ligera sombra oscura de bello facial que, tarde o temprano, saldría a la luz. De movimientos elegantes, modos educados y sonrisa pícara, Darel era un magnífico ejemplo de la nobleza de Alejandría. Jóvenes sin apenas experiencia ni vivencias que basaban su existencia en el estudio de antiguas batallas y en la memoria de unos antepasados que, en realidad, no les pertenecían, pues Alejandría había sido tomado a la fuerza por el Rey Konstantin Blaze años atrás.

El joven príncipe, de solo dieciséis años, nunca había sentido ningún cariño en especial por el reino en el que había nacido hasta ser elegido como futuro heredero. A partir de entonces su concepto de vida había cambiado por completo. Dejó atrás los juegos de niños y decidió concentrarse en estudiar, aprender el arte de la guerra y buscar una prometida. Los dos primeros puntos fueron los más complicados, pero no tardó en adaptarse. Por suerte, el tercero fue muy fácil. Se había criado con la mujer a la que amaba por lo que, llegado el momento de elegir, no dudó en fijar su mirada en la muchacha, acercarse a ella, tomarle de las manos y decir a su padre que ella, Lorelyn, sería su Reina.

Y desde aquel entonces hacía ya cuatro años, y jamás se había arrepentido de ello. Lorelyn era una mujer maravillosa, y día a día se enamoraba más de ella. Hasta entonces la había considerado una mujer perfecta; sin defectos. Pero todo había cambiado en los últimos tiempos. Hacía ya dos semanas que habías aparecido aquellos a los que llamaba hermanos, y por mucho que insistiera y que todos parecieran sentir simpatía por ellos, Darel no los soportaba.

El varón era peligroso. Darel veía en su mirada malicia, y aunque escondiera sus malas artes tras buenos modales y gran retórica, sospechaba que era un auténtico truhán.

Desconocía sus auténticas intenciones, pero era una persona demasiado extraña como para tener buenas intenciones.

La mujer, en cambio, era más directa, pero no por ello era mejor. Al contrario, sus muecas burlonas, su mirada perdida y el modo en el que a veces hablaba resultaba demencialmente perturbador. Además era una experta combatiente, tan terrible que aún nadie había logrado hacerle frente en el palacio.

Era una persona temible, extraña y silenciosa.

Demasiado silenciosa.

Despertó un día especialmente frío. Más allá de los muros de la fortaleza se alzaba una intensa neblina gélida que, acompañada de la lluvia, provocaban que las instalaciones, a pesar de las chimeneas encendidas, estuvieran congeladas. Tan congeladas que la mayoría de caballeros y nobles se habían retirado a sus aposentos antes incluso de la caída del sol. Los pasillos habían quedado desérticos, los patios abandonados al poder de las aves nocturnas y en general, todo ocupado por un sinuoso y temible silencio en el que el crepitar de las llamas lograban atemorizar hasta al más valiente.

En días como aquel Darel solía salir a escondidas de su habitación, recorrer el pasillo y colarse en los aposentos de Lorelyn para abrazarla y hablar en susurros hasta el amanecer, pero en aquella ocasión ni tan siquiera se molestó en intentarlo. Imaginó que Symon se encontraría con ella, como siempre últimamente, envenenándole el oído.

A veces le daba la impresión de que la estaba poniendo en su contra, como si deseara arrebatársela. Sospechaba que en realidad era el amor verdadero en vez del fraternal el que había arrastrado hasta allí a los "hermanos".

Baile de Brujas - BorradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora