Capítulo 69

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Capítulo 69

Julius entró en la sala abriendo las puertas de un fuerte empujón. La visita a las mazmorras le había inquietado, pero no tanto como la sospecha de saber quien era la persona que había vuelto a la corte. Anteriormente había visto aquella expresión de pánico en muchas ocasiones, pero de eso ya hacía mucho.

Demasiado.

A varios metros de los tronos le esperaba un hombre de estatura baja y ancho de espaldas. A simple vista parecía poco más que un  borrón de oscuridad, pero al escuchar los pasos apresurados de Julius giró sobre si mismo y saludó hincando la rodilla en el suelo.

De todos los mal nacidos que a lo largo de su vida había conocido, aquel era uno de los peores.

-    Mi señor Rey...- dijo su voz, afilada como las cuchillas que portaba formando un cinto alrededor de la cintura.

-    Regente.- replicó Julius con frialdad.- El Rey está en el sur, combatiendo.

-    Claro, claro...

Era un hombre de mediana edad, con el cabello negro recogido en trenzas y el rostro de un color macilento enfermizo. Tenía los pómulos, boca y frente llenos de cicatrices y costurones, el mentón cubierto por una barba espesa de color negro entrecano y los ojos de un peligroso color ambarino que recordaban a los de una serpiente. Las leyendas decían que muchos siglos atrás, él y su señor habían hecho sucumbir a la isla al terror de la muerte, pero tras conocerle en Salemburg, Julius había llegado a la conclusión de que no era más que un demente para el que los años no parecían pasar.

El guerrero vestía con una armadura negra con bordes dorados. En el pecho tenía dibujado en oro un cráneo sonriente, y de las gruesas hombreras le colgaban varios huesos y relicarios. Cubría las manos y pies con piezas de cuero curado, las espaldas con una capa teñida con la propia sangre de sus víctimas, y el cráneo con un yelmo con cuernos que en aquel entonces portaba bajo el hombro. Junto al cinturón de cuchillos había la empuñadura de una cimitarra dorada.

Su porte era regio, su mirada amenazante y su sonrisa tan maliciosa como la recordaba. Desprendía un aura de maldad infinita.

-    Betancourt.- dijo por fin Julius mientras pasaba por su lado sin ni mirarle a la cara. Subió los peldaños que le separaban del trono y se dejó caer pesadamente sobre este. Una vez allí, le miró desde lo alto.- ¿Qué demonios quieres?

-    Menudo recibimiento.- replicó con ironía.- Creía que éramos amigos.

-    En mi vida aceptaría a un depravado como tú como amigo.- se limitó a responder.- Escupe lo que tengas que decir y lárgate.

Se habían conocido muchos años atrás, en la batalla de Salemburg, y desde entonces supo que no le gustaba. Julius era un hombre de valores, y uno de ellos, el más básico seguramente, era la lealtad. Y menos lealtad, aquel arrogante ser tenía cualquier otra cualidad.

-    Me temo que tu hermano no te ha informado de que...

-    Me da igual.- interrumpió alzando la voz, autoritario.- Me da igual lo que tengas con mi hermano, como si te conviertes en su nueva querida.- se puso en pie.- Ahora mismo él no está aquí, y soy yo quien está al mando. ¿Lo has oído? ¡Yo! Así que escupe lo que tengas que decir y lárgate antes de que mande que te corten la cabeza.

Betancourt sonrió de lado.

-    Chico duro.- sentenció con tono burlón.- Sí señor.

-    La última vez que nos vimos era poco más que un adolescente, pero las cosas han cambiado mucho, Betancourt. No juegues con fuego.

Baile de Brujas - BorradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora