Capítulo 17

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Capítulo 17

Durante los siguientes dos días la fortaleza se convirtió en un océano de nervios, angustias y temores. Los habitantes de Reyes Muertos estaban aterrorizados, y sus soberanos eran incapaces de evitarlo.

Julius había partido junto a más de cien caballeros hacia Dundayl, pero pronto volvería sin noticias. Las granjas habían sido arrasadas por el fuego, las vidas de los habitantes segadas a punta de espada, y las bestias liberadas de sus establos. El caos reinaba en las tierras del este, y los habitantes de los pueblos de alrededor, aterrorizados, habían optado por abandonar sus hogares y dirigirse a la capital. Largas caravanas de gente llegarían en menos de una semana. Muchos no encontrarían habitaciones en las posadas, pero acamparían en las afueras sin temor a las bajas temperaturas ni a las manadas de lobos. La sombra de Reyes era alargada, y si había un lugar seguro en el cual refugiarse, ese era la fortaleza.

Eran tiempos complicados, pero se habían vivido épocas peores. Solomon reunió a un pequeño ejército de más de doscientos caballeros, tanto de Reyes como de Alejandría, y los envió de caza. El Rey y sus consejeros sospechaban de la presencia de un grupo de sureños era el causante de todos los males. Hasta que no tuvieran en bandeja de plata la cabeza de su líder, no cesarían con la búsqueda.

-    ¡Removed cielo, mar y tierra, pero traedlos!- había ordenado.

De forma ordenada y guiados por los mejores exploradores del reino, los hombres de Solomon se lanzaron a los bosques en busca de los culpables. Y mientras que unos buscaban enemigos inexistentes, los otros, comerciantes, nobles e hijos de alta cuna, seguían disfrutando de las dulces mieles del éxito y deleitándose de los espectáculos de palacio. Mientras el castillo no estuviera en peligro, las celebraciones no se detendrían.

 

-    ¡Brindemos!- exclamó Symon alzando su copa.- Por ti, mi mayor tesoro.

-    Por mí, entonces.

Brindaron, bebieron y rieron.

Llevaban ya tres horas bebiendo, y lo que al principio habían sido sonrisas y felicitaciones en susurros, había acabado convertido en carcajadas y abrazos. El primer asalto había sido un auténtico éxito. La sangre de decenas de inocentes a los que habían arrebatado la vida no escapaba de la mente de ninguno de los dos, pero trataban de eludir aquellos pensamientos. Poseían corazones endurecidos por el dolor de la injusticia, venganza y muerte, conciencias silenciosas en las que se acumulaban depravaciones y tragedias, y lenguas afiladas casi tan afiladas como sus vidas con las que enfrentarse a la vida. Para cabalgarla.

Un gran destino les aguardaba al final del camino, y por muchas que fueran las penurias que sufrirían, nada les haría cambiar de opinión. La vida y la muerte les pertenecían; maestros del engaño, dueños de la mentira y paladines de la traición, los hermanos Muerte no temían a nada. Y por grande que fuera el enemigo, mayor sería su deseo de victoria.

-    Teñiremos la tierra con el carmín de la sangre, el cielo de oscuridad y sus corazones de terror. Nuestra palabra se extenderá por todo el océano, y pronto las tierras sombrías volverán a apoderarse de esta maldita isla.- proclamó Symon, sombrío.- Y entonces, solo entonces, daremos por finalizada nuestra venganza.

Arabela bebió el contenido de su copa con lentitud mientras negaba con la cabeza. Su mirada, más sombría a cada segundo que pasaba, irradiaba una frialdad que tan solo aquella última negativa había logrado transformar en furia contenida. En odio.

-    No. Esto no acabará hasta que tenga su cabeza, Symon.- dijo en un susurro. Su voz, cada vez más aguda y furibunda, fue ascendiendo de tono hasta convertirse en gritos de histeria.- Deseo su muerte... ¡¡Me lo prometiste!! ¡¡Dijiste que sería mío!!

Baile de Brujas - BorradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora