Capítulo 24

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Capítulo 24

Escoltada por el guerrero del yelmo en forma de águila y el poeta, Arabela fue la primera en penetrar en las fauces de la fortaleza. Symon y Elaya cabalgaban un poco por atrás, discutiendo sobre los últimos acontecimientos. Ella estaba horrorizada ante la maldición de vida eterna y de lealtad que había caído sobre los hombros de Dorian mientras que Symon, meditabundo, se preguntaba si no habría sido mejor acabar con su vida. Fuera cual fuera la respuesta a sus dudas, Arabela había sido la dueña de su decisión, y había sorprendido a todos. Ganarse la lealtad de Dorian a base de maldecirle con el don de la vida eterna había sido una gran idea, pues ahora ambos tenían algo que ocultar, pero también arriesgada. Pensar que quizás en un arrebato de locura podía traicionarles resultaba preocupante, pero también interesante. Dudaba mucho que nadie fuera a confiar más en Dorian que en Arabela, pero para asegurarse de ello su hermana tendría que alcanzar una mayor posición. Elaya era la futura reina de Alejandría, él íntimo del Rey Konstantin y amigo de Varg, toda una eminencia entre los mercaderes y las damiselas de ambas cortes... pero, ¿y ella? No bastante con ser la "amiga" de Julius.

Julius...

Estaba pensando precisamente en él cuando los caballos irrumpieron en el patio de la fortaleza. Cupiz había estado aguardando con interés su llegada desde la primera hora de la mañana. Tan pronto llegaron, cerca del medio día, el caballero se apresuró a ayudar a desmontar a los hermanos. Primero a su querida princesa; después a Symon. Arabela, por su parte, se limitó a bajar de un brinco cual amazona.

Christoff, consciente de su nueva situación como guardián de Arabela, no tardó en presentarse educadamente al caballero y entablar conversación. Por suerte para él, Cupiz era un hombre de mente abierta y no hizo más preguntas de las necesarias. Le dio la bienvenida de buena gana y se ofreció a mostrarle la fortaleza tras llevar a las monturas a las cuadras.

- Os ayudaré con los caballos.- propuso Christoff, y de buena gana Cupiz aceptó su ayuda.

Fueron recibidos por la guardia de Alejandría y Reyes. Se cambiaran de ropa, se asearan y acudieron al salón donde les habían preparado un magnífico almuerzo.

Venían agotados y hambrientos de haber cabalgado durante tantas horas. Tomaron asiento alrededor de la mesa y los cinco cayeron sobre la carne con almendras dulces, las sopas de verduras y pescado y las setas como auténticos depredadores.

Un poco más tarde, ya a medio día, se retiraron a descansar. Cupiz acompañó a Christoff a una de las habitaciones libres para los miembros de la guardia. Minutos después, ya estaban profundamente dormidos.

La noche había sido agotadora, pero tan emocionante que ninguno de ellos jamás podría olvidarla.

Ya caída la tarde, Arabela despertó con un espantoso dolor de cabeza provocado por el alcohol consumido la noche anterior. Entre baile y baile había ido bebiendo vino, licor y, si mal no recordaba, un poco de whisky destilado por uno de los habitantes de Salemburg. Pero de eso ya hacía muchas horas, y aunque no acostumbraba a padecer de dolores de cabeza después de noches de diversión, imaginaba que la extraña sensación de libertad de la que había disfrutado mezclada con el alcohol había sido la causante.

Se despertó con el cabello enredado, los labios aún manchados del rojo de la sangre de la carne y la armadura medio puesta. Lo último que recordaba era el cansancio, las risas durante la comida y el dolor de garganta generado por el frío nocturno. También la compañía de su hermano en la habitación, sus risitas de hiena mientras la miraba caer casi tan borracha como agotada en la cama, y el modo en el que curvaba los labios con cariño al besarle la frente antes de quedarse dormida.

Sí, aquella había sido la última visión antes de caer en los brazos de la diosa del sueño... pero ahora Symon no estaba en ningún lugar, el cielo se había teñido de rojo con el atardecer y sentía un profundo mal.

Baile de Brujas - BorradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora