Capítulo 33

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Capítulo 33

Las noticias cayeron entre los hermanos como un jarro de agua fría. Elaya lloró encerrada en su cuarto durante horas. Tan solo Darel tuvo la oportunidad de consolarla.

Symon reaccionó de un modo mucho más radical. Estrechó entre sus dedos la carta de Cupiz hasta dejarla convertida en un mero trozo de papel arrugado, y la lanzó a la chimenea. Inmediatamente después, pidió a gritos una montura y su espada. Viajaría al sur, arrasaría con todos y cada uno de los habitantes de aquel demoníaco pueblo y después traería a su hermana de vuelta aunque tuviera que matarla para conseguirlo.

Más tarde, gracias a las tranquilizadoras palabras de Gabriela, logró calmarse. Se dejó caer en uno de los sillones del pequeño salón donde se encontraban y fijó la mirada en las llamas. El mensaje ya se había consumido hacia minutos cuando vertió las primeras lágrimas.

-    ¡Yo soy el culpable de todo esto!- dijo mientras se cubría el rostro con las manos.- ¡Jamás debería haberle pedido que se adentrara en el Reino en solitario! ¡Es culpa mía!

-    No digas eso, por favor.- suplicó Gabriela arrodillada ante él. Le tomó la mano y  besó su dorso con devoción.- Tu hermana decide que caminos seguir aunque tu marques la pauta. No te sientas culpable; no lo eres.

-    Debería traerla de vuelta. Rescatarla.

-    ¿De quien? ¿De si misma?- Gabriela negó con la cabeza.- Déjala, volverá cuando lo crea conveniente. Ahora necesitará unos días para poder pensar. Además, no está sola. Christoff vela por ella.

-    ¡Maldito sea Christoff! ¿Qué clase de protección es esa que le brinda que permite que la esclavicen y maltraten? ¡Dioses! ¡Que la violen!- sacudió la cabeza, iracundo.- ¡¡Maldito sea!! ¡En cuanto vuelva serán muchas las explicaciones que tendrá que darme si no quiere que acabe con su mísera vida!

Gabriela ladeó ligeramente el rostro, curiosa, pero antes de formular la pregunta, aguardó unos segundos a que Symon se calmara. Le acercó la copa de vino para que bebiera, y ya más relajado, se situó en sus espaldas para masajearle los hombros.

Meditó durante largo rato. Caviló y dudó, pero logró relajarse. Planes, ideas, guiños, susurros... todo tipo de información acudía y huía de su mente a gran velocidad, y él, incapaz de retener todos los datos necesarios, no podía hacer más que aguardar a que volvieran. Debía tomar decisiones. Hacer algo; pero sobretodo debía impedir que la locura se apoderase de sus hermanas.

Lo ocurrido había sido un gran contratiempo, pero pensándolo fríamente... ¿acaso no devolvía la humanidad perdida a su hermana? En el fondo, ser las víctimas a los ojos de los cortesanos no estaba tan mal. Es más... era magnífico. ¿Cómo sospechar de alguien que tanto había sufrido a causa de la incompetencia del Reino?

Sacudió la cabeza con desdén. A veces sentía incluso asco de sus retorcidos pensamientos. ¿Cómo aprovecharse de un acto tan miserable y deleznable para sus propios intereses? No habría sido humano... aunque, por otro lado, ¿acaso lo era? Después de tantas mentiras, engaños y falsedades ya no sabía qué pensar. Diferenciar entre su vida real y la falsa resultaba cada vez más complicado. Tan solo tenía una cosa clara, y era que quería a sus hermanas por encima de todo. Si su bienestar le costaba un reino entero, no dudaría en rendirse.

- ¿Estás mejor?- preguntó Gabriela con suavidad.

 Por un instante se había olvidado de ella. Gabriela, la dulce y bella jovencita de Alejandría que le seguiría hasta el mismo infierno si él se lo pidiera...

Era afortunado de tenerla a su lado. Muy afortunado en realidad. Sabía toda su verdad, su naturaleza y sus planes, las maldades que habían hecho, y las que harían, y lo mejor era que no había salido corriendo. Al contrario. Le ayudaba, le animaba y amaba; adoraba a sus hermanas, admiraba sus actos, y les apoyaba ciegamente. ¿Acaso podía ser más afortunado?

Baile de Brujas - BorradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora