Capítulo 35

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Capítulo 35

Tan solo las sombras moraban en el interior del molino. Sacos de tela rotos y vacíos, barriles de madera abiertos y la maquinaria del molino habitaban un lugar en el que ninguna amenaza parecía aguardar al caballero.

Julius examinó el lugar sin bajar el arma en ningún momento. Examinó los rincones, y tras localizar una pequeña trampilla situada detrás de un grupo de barriles vacíos, probó a abrirla. El asa estaba congelada, y necesitó reunir muchísimas fuerzas para lograr abrirla, pero una vez lo consiguió, vio como ante sus ojos se abría un oscuro pasillo de escaleras de piedra sin final aparente.

Olió el aire que manaba de las escaleras y frunció el ceño. El hedor a azufre era tan fuerte que resultaba casi insoportable.

La falta de luz complicó el descenso. Una vez abajo, llegó un amplio y largo pasillo. Las paredes de piedra estaban decoradas con antorchas encendidas que iluminaban el lugar arrancando brillos a las gemas de las paredes y suelos. Era un lugar rico en belleza, pero tan sombrío y solitario que incluso Julius sintió como la sangre se le helaba durante su avance. Tal era el silencio reinante en los túneles que podía escuchar sus pasos, los latidos de su corazón, e incluso su propia respiración.

Los pasillos no parecían tener fin. El primer túnel se dividía en dos que giraban a la derecha e izquierda, y estos, a su vez, en otros tantos que conformaban la estructura básica de un complicado laberinto de piedra.

Julius avanzaba con paso rápido. Al principio había intentado memorizar los túneles por los que pasaba, pero llegado a cierto punto decidió dejarse llevar únicamente por el instinto. Aceleró la marcha, concentró sus esfuerzos en intentar guiarse por el silencio, y durante largos minutos fue recorriendo pasillos hasta que estos le llevaron a una amplia sala de forma circular.

La sala era distinta. Las paredes eran de piedra y estaban decoradas con gemas, pero lo que encontró allí no sirvió para mejorar sus ánimos; al contrario. A los pies de las paredes había miembros humanos arrancados, pedazos de carne a medio mascar, charcos de vísceras, y un insoportable hedor a muerte y putrefacción que logró revolver las tripas al caballero. Julius desorbitó los ojos, perplejo ante tal barbarie, pero fue incapaz de dar un paso más sin sentir nauseas. En los laterales había decenas de cráneos clavados en picas. Julius prosiguió su avance sin volver la mirada al matadero. Cruzó el umbral de la puerta aún con el corazón encogido, y siguió con el avance sorteando los cuerpos que moraban sin vida por los suelos. Unos segundos más tarde, logró captar el primer sonido.

El ruido era extraño, pero constante. Le recordaba al parloteo de un centenar de personas, pero el tono era demasiado agudo para ser cierto. Tan agudo que su mera existencia dañaba la mente de Julius.

El sonido traía consigo decenas de imágenes y recuerdos a la mente ajetreada del hombre; agujas afiladas y envenenadas, delirios de enfermos, el grito de la eternidad, el vacío de la soledad...

Julius se detuvo en seco cuando a su mente acudió el recuerdo de Symon. En su rostro había una sonrisa perversa, y en su mirada el fuego del infierno. Su semblante había cambiado; lejos de ser el joven encantador que había conocido en la corte, ahora se mostraba como un ser sombrío y demoníaco que jugaba a las marionetas con sus dos muñecas de porcelana preferidas. Un hombre que lo veía todo y que susurraba en los oídos. Un ser repulsivo que tan solo se podía asemejar a un demonio.

Un demonio...

Julius gritó de angustia ante el torrente de locuras que su mente estaba reproduciendo. Aquel sonido le estaba volviendo loco. Pero ninguna de aquellas visiones fue comparable a lo que vio al cruzar el umbral.

El caballero cayó de rodillas, depositó la espada en el suelo y se cubrió el rostro con ambas manos víctima de las peores visiones y pesadillas que jamás ningún hombre pudiera soportar.

Baile de Brujas - BorradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora