Capítulo 60

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Capítulo 60

A primera hora, Arabela se despertó. Desayunó sopa de pescado, pan duro y cerveza, y se dio un baño en el lago. Un rato después, ya ago más presentable, esquivó las patrullas que Vega había formado y volvió a la ciudad y abandonó el campamento. Sus calles seguían siendo extrañas y perturbadoras, sombrías y deshabitadas, pero el instinto la guió hasta la misma casa del día anterior.

Llamó suavemente con los nudillos y aguardó a que le abrieran. Un par de minutos después ya estaba organizando y ladrando órdenes como había hecho Perséfone en el pasado.

Una hora después, con el cabello lleno de trenzas, la armadura reluciente, una amplia sonrisa en el rostro, y unos nervios incipientes en el estómago, irrumpió en la iglesia. Bajo la sombra de la estatua de su anciana, inquieto pero profundamente feliz, aguardaba Julius en compañía únicamente de un sacerdote.

Recortó la distancia que les separaba y le guiñó el ojo.

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Mientras tanto, en el corazón del Reino, Symon observaba en silencio el modo en el que el rostro de su hermana se contraía en una mueca de dolor mientras dormía. En ausencia de su hermana mayor, Elaya había decidido ir a descansar junto a su hermano, pero este no logrado conciliar el sueño con ella a su lado. Elaya parecía sufrir pesadillas continuamente

Symon la estudiaba con detenimiento desde una de las butacas. De vez en cuando palabras sueltas escapaban de sus labios, pero no lograba articular ninguna frase completa. Pero tampoco era necesario. Elaya estaba soñando con su madre, y que sus susurros fueran acompañados de muecas de dolor y gemidos ahogados no resultaban tranquilizadores.

Symon creía en el poder de los sueños. Christoff le había revelado un año atrás que su hermana a veces contactaba con él a través del mundo onírico, y desde entonces no había podido evitar tratar de darle significado a todo lo que soñaba.

Y en aquella ocasión, el instinto le decía que el sueño de su hermana era importante.

Gabriela siempre soñaba con él. Sus sueños eran bellos y agradables sobre un futuro en común. Un futuro magnífico en el que estaban juntos; un futuro ya inalcanzable, pero con el que le gustaba fantasear en los momentos más bajos.

Pero Gabriela ya no estaba, y ahora era Elaya la que suspiraba de terror en su cama. Deslizó la mano con suavidad sobre las sábanas y tomó la suya con ternura. La chica la estrechó con fuerza.

Con la respiración acelerada, el corazón desbocado y el rostro cubierto de sudor, Elaya se encogía y maldecía entre dientes. Llamaba a su madre, suplicaba y lloraba. Chillaba. Se lamentaba.

-    ¿Qué estás viendo Elaya?- le preguntó en un susurro.- Es madre, ¿verdad? ¿Qué te dice? ¿Qué...?

Elaya balbuceó algo incomprensible, se liberó de la mano y giró sobre si misma. Hundió el rostro en la almohada y empezó a chillar. Decía algo sobre una celda, una prisión. Estaba encerrada. Chillaba. Tenía miedo. Alguien la perseguía.

Se estremeció y su propio grito la despertó. Sacudió la cabeza, los hombros, brazos y piernas, y a punto estuvo de caer de la cama de la desorientación. Symon la cogió en el último instante, la depositó con suavidad de nuevo entre las sábanas y se sentó a su lado. La chica estaba amarilla y temblorosa, pero poco a poco parecía empezar a calmarse.

Le tomó la mano.

- Ha sido una pesadilla, tranquila.

La muchacha se apartó el cabello de la cara, con la mano aún temblorosa. Lo tenía lacio y húmedo por el sudor; pegado a la cara.

Baile de Brujas - BorradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora