Capítulo 7

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Capítulo 7

 

Las murallas del reino de los Reyes Muertos eran mucho más impresionantes de lo que jamás hubiese imaginado Darel. La corona de piedra que rodeaba las tierras de su tío estaba formada por enormes rostros de lobo con las fauces abiertas que se mezclaban con extrañas escenas de caza, runas alquímicas y enormes y espectaculares lápidas labradas en la superficie. Había zonas en las que había torres abandonadas sobre las cuales reposaban águilas de piedra que observaban inquisitoriales su alrededor; en otras, eran lobos los que observaban.

Hacía ya más de cuatro horas que habían quedado atrás los bosques cuando vieron por primera vez las murallas. Cabalgaron a lo largo de la falda de la colina en la cual se alzaba el fabuloso reino. Atravesaron caminos de piedra y césped, macizos de flores y lagos, y más allá del horizonte, encontraron por fin las fauces de la entrada Norte.

Cupiz y Arabela se adelantaron al resto. Ascendieron el camino de piedra ante las miradas de emoción de los suyos y llegaron hasta el umbral de la muralla. Ante ellos había una pared de más de doce metros de altura.

Parecía imposible que aquel pedazo de roca en forma de lobo con las fauces abiertas pudiera abrirse para dejar entrar a toda la comitiva, pero lo haría, y no tardarían demasiado en verlo.

Junto al muro, sentados alrededor de una hoguera, había un grupo de soldados vestidos con armaduras grisáceas con el lobo de Reyes Muertos en la pechera. En total eran seis, y además de las armas y los escudos, cargaban con un enorme estandarte de color negro y blanco.

-    Caballeros del Rey.- dijo Cupiz. Le hubiese gustado llevar el estandarte rojo y negro de su reino.- Nos dan la bienvenida.

-    Y nos escoltarán, claro.- le secundó Arabela. Volvió la mirada hacia atrás y alzó el brazo derecho.

Segundos después, guiados por la señal de la muchacha, Darel surgió de la línea de caballeros acompañados de dos guardias y el portaestandarte. A su derecha estaba Gereon White, el líder de la guardia real del palacio, un hombre de unos cuarenta años de edad, muy alto y ancho de espaldas. Su rostro era una maraña de cicatrices que se extendían a lo largo de su cráneo pelado, mejillas y boca. Tenía los ojos de un color azul claro que recordaba a los lagos del reino.

A mano izquierda iba Jake Drenden, un caballero ya muy veterano con el cabello cano, profundas ojeras negras y ojos marrones, pequeños y muy despiertos.

Por último, algo retrasado, estaba el joven Frederik Moore, de poco más de quince años y con su peculiar armadura totalmente blanca. Desde su nacimiento, Fred había sido una persona muy especial. Su piel era tan blanca como la leche, con las venas muy marcadas como serpientes azules. Tenía el cabello de color pajizo, casi blanco, y su rostro era una curiosa mezcla de rasgos redondos y aplastados. Lo único con algo de color en su persona eran sus ojos, negros como la noche, los guantes y el magnífico estandarte que portaba. Algunos decían que era demasiado pesado para él, pues Frederik apenas llegaba al metro sesenta y era muy delgado, pero lograba mantenerlo en pie con facilidad. Tanta facilidad que, desde que se convirtió en portaestandartes cuatro años atrás, nadie se había atrevido a buscarle sustituto.

Los soldados se incorporaron de inmediato cuando Cupiz y Arabela llegaron hasta ellos. Los dos jinetes bajaron de sus caballos y aguardaron tomándolos por las riendas hasta la llegada de su majestad.

-    ¡Bienvenidos al Reino de Reyes Muertos, jinetes del Norte!- exclamó uno de ellos, de rostro rubicundo y larga cabellera castaña. Su rostro era enjuto, con cejas muy pobladas y mentón puntiagudo.

-    Gracias.- dijo Darel con voz queda al llegar.- Soy el Príncipe Heredero Darel Blaze, de Alejandría. Él es el jefe de mi guardia, Gereon White, y ellos son miembros de mi ejército. Más allá de las filas de caballeros de mis espaldas, hay caravanas y carros llenos de ciudadanos de Alejandría.

Baile de Brujas - BorradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora