Capítulo 37

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Capítulo 37

 Eva de Frío Acero paseaba por la fortaleza acompañada de Arabela y Christoff. Hacía ya un par de horas desde su llegada, y tras invitarles a recuperar fuerzas con un magnífico festín de carnes y marisco, decidió mostrarle la situación actual en la que se encontraban sus fuerzas.

Grupos de veinte hombres entrenaban en los patios con las espadas, hachas y arcos. Otros cabalgaban por los alrededores formando patrullas, estudiando los alrededores y conformando mapas a base de la información que traían los espías. Mientras tanto, los más jóvenes entrenaban y alimentaban a los lobos salvajes, las mujeres preparaban la comida, limpiaban armaduras y afilaban armas, y los más ancianos enseñaban a los más jóvenes a comunicarse a través de señales. Otros tantos se dedicaban a las tareas de curación. Algunos seguían a raja tabla las enseñanzas de la anciana Laream, pero otros, sobretodo los llamados druidas de las tierras del este, empleaban sus propios métodos de curación para cerrar las peores de las heridas.

Entre las tropas de Eva había grandes guerreros nacidos de la batalla y con magníficas aptitudes para el combate. Muchos de ellos habían formado parte del ejército del padre de Eva de Frío Acero y Lord Jack Haxel, antiguo Rey de las Almas Perdidas. Otros habían sido cazadores y mercenarios.

Otros, en cambio, entrenaban con escudos y espadas sin mucho acierto. Afortunadamente para ellos, el deseo de sangre era tal entre todos los sureños que estos últimos entrenaban sin cesar hasta mejorar al máximo sus habilidades. Granjeros, mercaderes, escribas... poco importaba su procedencia; todos acababan siendo magníficos guerreros.

Samael era el segundo al mando de las tropas después de Eva. Cierto era que había otros tantos como Calendras que también dirigían las tropas, pero estos debían lealtad al antiguo pirata. De hecho, era él mismo quien se encargaba de designar la posición de sus hombres, los grupos y decidir si estaban capacitados o no. Era su asesor, su amigo y protector. Su mano derecha; su espada.

-    Le conozco desde que era poco más que una niña.- explicaba la mujer mientras paseaban entre distintos grupos de guerreros que blandían sus armas entre ellos con ferocidad.- Se dedicaba a piratear por los mares del sur. Viajaba en la nave de su hermano hasta que este se equivocó de barco al que atacar. La galera de mi padre tenía un aspecto de lo más apetecible... pero parecía todo menos la barcaza del Rey. Así pues, el hermano de Samael lanzó a los suyos a la caza y alcanzaron la nave. La abordaron, acabaron con la vida de todos los marineros, y a punto estuvieron de acabar con mi padre. Lo habían reconocido, por supuesto, pero ni tan siquiera se plantearon el pedir un rescate. A Kaneddas, el capitán, poco le importaba la ley y el dinero, pues su vida se basaba en el mar y la guerra, y decidió que harían un favor al reino si acababan con él. Y le habría cortado la cabeza de no ser por Samael. El joven pirata era bastante más práctico, y prefería ganar dinero en vez de ser perseguido por todo el reino. Así pues organizó a la tripulación que le apoyaba en las pocas horas en las que la nave llegaba al cabo de la Muerte donde Kaneddas deseaba dar muerte al Rey y se amotinaron. Samael se enfrentó a su hermano, a sus antiguos compañeros y logró apoderarse de la nave. Ya en la corte, la guardia de mi padre cayó sobre ellos y los encerraron. La mayoría murieron a las pocas horas en la horca, pero a Samael se le dio la oportunidad de mostrar su valía. Combatiría con Leddas, el capitán de la guardia de palacio, en un combate de vida o muerte, y quien venciera se convertiría en la espada de Almas Perdidas.

-    No preguntaré quien venció.- bromeó Christoff.

-    Por aquel entonces Samael solo tenía dieciocho años, ¡pero los más viejos recuerdan aquel combate como uno de los mejores!- sacudió la cabeza con una amplia sonrisa atravesándole el rostro al recordar como le explicaban aquellas historias cuando era poco más que una niña.- Siempre fue una leyenda en el castillo... por eso cuando estalló la guerra y él se puso de mi lado sentí que los dioses me brindaban su apoyo.

Baile de Brujas - BorradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora