Capítulo 11

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Capítulo 11

 

Cuando Symon depositó a su hermana sobre la cama, ya había muerto. Su rostro cetrino había tomado una extraña expresión indescifrable. Lejos de mostrarse condenado, en la media sonrisa que dibujaba su rostro Symon creyó encontrar una cercanía alentadora, pero también miedo, horror, rabia y deseos de venganza.

Ordenó a Gabriela que cerrara la puerta y ventana y trajera un cuenco con agua caliente. Minutos después, horrorizada, la muchacha veía como, totalmente enloquecido, Symon trataba de reanimar el cadáver una y otra vez mientras lágrimas de dolor corrían por sus mejillas. Humedecía su rostro pálido, le masajeaba el pecho a la altura del corazón e insuflaba todo el aire que era capaz de almacenar en sus labios.

Pero nada ocurría.

A pesar de ello, Symon no cesaba.

Como buen cazador de bestias y bandidos, Symon había visto a muchos animales y hombres fallecer. Trataba de engañarse diciéndose que podría traerla de vuelta, pero en el fondo sabía que lo que tenía ante sus ojos era un cadáver. Hacía ya minutos que había muerto, y jamás regresaría.

Pero insistió.

Una hora después, Symon comprendió que era demasiado tarde. Se dejó caer de rodillas ante la cama, con el rostro contraído en una mueca de dolor, y apoyó la cara en el pecho de su hermana para poder llorar sin ser visto.

Gabriela nunca podría olvidar aquellos minutos.

Jamás olvidaría el llanto desconsolado de un hermano al perder a su más querido tesoro, ni la sensación de que el mundo entero parecía enloquecer a su alrededor. Arabela y ella nunca habían mantenido una relación demasiado estrecha, pero sabía perfectamente que tras sus meses de romance con Symon se encontraba su mano. Desde que se conocieron supuso que sería una doncella más en su lista de amantes, pero por alguna extraña razón, algo la había hecho distinta a los ojos de Symon. Y si el instinto no le fallaba, ese algo había sido la simpatía que su hermana sentía por ella. Una simpatía que no dudaba en mostrar al sonreírle cuando se cruzaban, o al guiñarle el ojo cuando, desde el patio de armas, la veía mientras entrenaba junto a los caballeros.

Aquella mujer había logrado hacerse un hueco en su corazón con sus particularidades y rarezas, y precisamente por ello era tan doloroso verla yacer sobre la cama envenenada por la trampa de su hermano. Tan doloroso que ella también se había unido a los llantos.

Durante casi tres horas ninguno de los dos se atrevió a romper el silencio. Los segundos parecían pasar muy despacio, pero en realidad el amanecer se abría paso a grandísima velocidad. El cielo se tiñó de rojo cuando el sol despertó... y una tercera voz rompió el silencio.

Symon, que hasta entonces había estado a los pies de la cama de rodillas, desorbitó los ojos. Se llevó la mano al pecho al descubrir la procedencia de la voz.

Iluminada por los rayos dorados del amanecer, el rostro del cadáver abrió los ojos. El acero de su mirada se había tornado más gélido, y la piel alrededor de los ojos estaba totalmente ennegrecida, pero a pesar de ello, se movía. Parpadeó un par de veces, torció los labios y apoyó pesadamente las manos muertas sobre las sábanas blancas. Estiró los brazos y bostezó como si no hiciera más que despertar de una dulce siesta.

Se frotó el rostro con ambas manos. Le escocían los ojos, manos y piernas.

Aterrorizado, Symon retrocedió hasta la pared donde, sin aire y con las piernas temblorosas, Gabriela contemplaba el espectáculo. Tenía tanto miedo que, a pesar de desear llorar, era totalmente incapaz. Su cuerpo no respondía; estaba en shock.

Baile de Brujas - BorradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora