Capítulo 30

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Capítulo 30

Arabela no había podido conciliar el sueño en los últimos días, pero por suerte no tuvo que soportar ver todas las humillaciones a la que la sometieron. Las primeras tres veces fue inevitable, pero sus gritos de desesperación, ira y dolor habían sido tales que, quizás en una muestra de misericordia, uno de ellos decidió dejarla inconsciente. Y durante todo ese tiempo podían haber pasado decenas de cosas, pero ella prefirió no adivinarlas. Chilló de dolor al despertar, y por mucho que intentó incorporarse del suelo, le resultó totalmente imposible. Tal era el dolor que sentía en el abdomen, brazos, piernas, pechos, vientre y cara que era incapaz de moverse.

Apenas recordaba nada de lo sucedido. Había pasado tan rápido... todo estaba en silencio y tranquilo, Willhem y Christoff dormían... y de pronto todo aquel grupo había caído sobre ellos. Christoff desapareció, el chico se acobardó, y ahí había estado ella, combatiendo hasta el fin. Y todo debería haber acabado así. Ella muerta, el chico huyendo, Christoff desaparecido... pero no, aquellos malditos mal nacidos habían decidido tomarles como rehenes. ¡Como rehenes!

No podría soportarlo. Prefería mil veces la muerte antes que tener que aguantar un día más todas aquellas humillaciones.¿Qué podía hacer? ¿¡Cómo intentar escapar si ni tan siquiera podía levantarse!?

Era insoportable.

Depositó la mano sobre el pecho con las pocas fuerzas que aún le quedaban y cerró los ojos. Tal era el dolor de su corazón que ni tan siquiera pensar en sus hermanos lograba tranquilizarla. Ni Symon, ni Elaya, ni el deseo de venganza... nada lograba apaciguar su alma. Absolutamente nada.

Creía estar a punto de enloquecer.

Apretó el puño y las lágrimas brotaron de sus ojos cargadas de dolor y desesperanza. Miles habían sido en los problemas en los que se había metido, pero este era el peor. Si al menos pudiera moverse las cosas serían distintas.

¿Sería así como se sentían las víctimas de Symon? Debían haberle inyectado algo que apenas le permitía concentrarse. Pensó en su hermano, pero ni tan siquiera su recuerdo logró tranquilizarla.

Tarde o temprano esos efectos de la droga desaparecerían. ¿Tendría entonces oportunidad de huir?

No tenía la menor idea, pero ansiaba esa oportunidad.

Creyéndose morar en la oscuridad, Arabela dejó que los finos dedos de la oscuridad volvieran a acunarla hasta el regazo del Dios del sueño. Antes de que su mente pudiera abandonar aquel maltrecho lugar, notó el calor de una mano al depositarse sobre la suya. Era una mano callosa, de piel áspera y ya envejecida, pero una mano amiga que, con suavidad, la ayudó junto con otras tantas a incorporarse. La llevaron hasta lo alto de un montón de paja y la taparon.

- Descansa niña.- escuchó que le decía una voz antes de que la oscuridad se cerniera sobre ella sin piedad.- Descansa...

Cuando Anabela despertó no estaba sola. Ocultas entre las sombras de la sala, distintas figuras aguardaban en silencio. Una de ellas dio la voz de alarma en susurros de su despertar.

Era una mujer mayor, de cabello ya plateado por las canas, el rostro envejecido por el sufrimiento y la mirada turbia. En su piel se podían contar las cicatrices y heridas por decenas, en sus ojos fríos como la noche el dolor, y en su propio ser el pesar de haber permanecido cautiva desde hacía más de treinta años.

La expresión de la mujer era dura, pero trató de sonreír de modo tranquilizador. Le acercó a los labios llenos de heridas un jarrón de agua, y tras saciar la apremiante sed que tanto la atormentaba, ordenó al resto de las figuras que trajeran comida.

Baile de Brujas - BorradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora