Capítulo 67

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Capítulo 67

Symon y Cupiz estaban hablando en susurros en una de las salas cuando Solomon decidió acercarse a la hoguera donde Christoff, Dorian y Arabela permanecían en silencio.

El grupo parecía recién salido de una batalla perdida. Sus expresiones eran sombrías, su humor muy agrio y su mirada tan amenazante como la de los animales salvajes cuando se ven atrapados.

Tiempo atrás Solomon había conocido a gentes con aquel semblante, pero el paso del tiempo había arrebatado a su memoria los nombres de aquellos hombres que tanto le habían marcado en aquel entonces. Había sido en Salemburg, desde luego, pero no lograba recordar exactamente a quienes le recordaban. En aquel entonces todo había pasado muy rápido, y su mente había borrado casi todos los acontecimientos allí vividos, pero a pesar de ello su mera presencia lograba crear en él una inquietud jamás padecida.

Eran lobos atrapados sin temor a morir matando. Lobos que no pertenecían a aquel lugar; lobos sin lealtad alguna a nadie que no fueran ellos mismos.

Solomon estaba seguro que estaba siendo víctima de su propio nerviosismo, pero algo en su interior le suplicaba que no confiara en ellos. ¿Pero como no hacerlo? Después de todo eran gentes buenas que hasta ahora jamás les habían dado la espalda. Elaya y Dorian habían arriesgado su propia vida por la suya, y Arabela y Christoff por su reino. Además, ella era la mujer de su hermano...

Se detuvo a varios metros de la hoguera. Cuando ellos alzaron la vista, Solomon apretaba los dedos sobre la empuñadura de su espada. A la luz de las llamas parecía un gigante.

Christoff, que en aquel entonces estaba afilando su espada con una roca, ladeó ligeramente el rostro y estudió con detenimiento al Rey. Podía captar su nerviosismo, pero también su deseo de establecer conversación. Ni él se fiaba de ellos, ni ellos de él, era evidente, pero mientras estuvieran en aquella tumba de piedra, les seguiría necesitando.

Sonrió. Ahora que sabía la triste verdad que aquel ser había estado ocultando durante todos aquellos años no podía evitar considerarle poco más que un monstruo desalmado. Si lo hubiese sabido, el mundo habría sido muy distinto.

Dorian frunció el ceño. Sentía un gran aprecio por el Rey, pero a aquellas alturas ya no sabía qué pensar sobre él. Jamás había dudado que había sido elegido por el bando de los Lothryel en circunstancias extrañas. De hecho, no era más que la víctima de un castigo impuesto por Arabela, pero le gustaba. Le gustaba donde estaba, y por mucho que apreciara a aquel hombre, no era a él a quien debía lealtad.

Desvió la mirada hacia Arabela y observó con detenimiento el perfil de su rostro. Ella sería su tesoro tarde o temprano, pero para ello primero tendría que acabar con Julius. Sería eso lo primero que haría nada más volver a la fortaleza.

Sí. Primero mataría a Solomon para demostrar su lealtad, y después acabaría con el tercer y último de los hermanos Blaze. Varg moriría, e Ythan y Varrel también.

Él sería el único Blaze en vida. El único y el más poderoso, con todos los reinos a sus pies y el mayor de los tesoros a su lado...

Darel era un buen chico, pero no tenía mano suficientemente dura. Él y Arabela ocuparían el trono, por supuesto. Y quien sabe, quizás Darel y Elaya podrían ocupar Alejandría... pero Reyes Muertos era suya. Se lo merecía.

Se lo debían.

-    ¿Andáis perdido, alteza?- preguntó Arabela con tono sarcástico sin tan siquiera molestarse en apartar la mirada de las llamas. Entre manos portaba el yelmo en forma de cara sonriente.

-    Quisiera poder hablar con vos.

-    ¿Ah, sí?- replicó ella.- Que casualidad... porque yo también tenía ganas de hablar con vos.

Baile de Brujas - BorradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora