Capítulo 21

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Capítulo 21

 

Ventanas tapiadas, casas abrasadas, calabazas podridas clavadas en las púas de las verjas y cuerpos colgados de árboles sin vida; cuervos en lo alto de los tejados, calles desérticas y un viento que arrastraba consigo risotadas eran parte de la peculiar estampa. Las fachadas de las casas estaban llenas de marcas de sangre y neblina blanca. En el suelo, de vez en cuando, se podían encontrar objetos personales perdidos. Anillos, cadenas, espadas, cinturones, ojos, manos...

Los árboles danzaban al ritmo de las risotadas que el viento arrastraba. Los espectros de lobos que moraban por los rincones más oscuros se unían a la tétrica danza mortal de Salemburg con sus aullidos.

En las ventanas había macetas llenas de flores azules que emitían la misma luz que la mirada de los hermanos mayores. Las casas parecían estar vacías, pero no era cierto. Ocultos entre las sombras, decenas de vecinos espiaban desde detrás de las mirillas.

Las luces de las casas se encendían al paso de los caballos; las ventanas se iluminaban y las puertas se abrían. Avanzaron hasta alcanzar al corazón del pueblo. Allí, por fin, se detuvieron al verse rodeados de decenas de miradas curiosas que surgían de los altos y negros edificios que llenaban la ciudad.

Dorian, aterrado, era incapaz de mantener la vista alta. Miraba de un lado a otro con cada movimiento de sombra. Estaban completamente rodeados de espectros... y no solo de fantasmas. Mezclados entre ellos también había mujeres de carne y hueso, hombres, ancianos, niños...

 Arabela y Symon avanzaron en cabeza hasta llegar a una amplia plaza alrededor de la cual había construidos varios de los edificios más altos de la población. Torres, ventanas llenas de rosetones de colores, enormes calderos situados alrededor de una fuente de la cual tan solo manaba espuma azulada... un lugar magnífico para hacer una parada. Symon detuvo su caballo. La marea de gente que les había ido siguiendo a lo largo de las calles parecía haberse evaporado con escalofriante velocidad.

- Bueno.- canturreó antes de centrar la mirada en Dorian.- Creo que nuestros caminos se separan aquí. Según indica ahí...- alzó la mano y señaló uno de los carteles indicativos que colgaba de uno de los árboles junto a varios cadáveres recientes de guardias.- Si subís esa calle, encontraréis la posada.

Dorian volvió la mirada hacia la calle. No pudo evitar estremecerse al encontrarse con la zona más sombría de la ciudad. Una única luz azulada iluminaba la zona. El resto había sucumbido a la oscuridad.

Tragó saliva y se maldijo por haber aceptado la oferta de viajar. Era evidente que ya no tenía en mente los acontecimientos más recientes... pero el terror que ahora sentía era tal que casi hubiese preferido la otra opción. La muerte aguardaba en aquel callejón, estaba seguro. Tan seguro que incluso se planteó el rehacer el camino en solitario y volver a su cómoda habitación de invitados de la fortaleza.

Pero no era momento ni el lugar para mostrar su miedo. ¡Cuánto habría disfrutado Julius al verle! Tanto que incluso notaba como la sangre le empezaba a hervir de solo imaginarlo... No podía permitirse mostrarse débil. Aunque fuera un artista, por sus venas corría sangre de caballero; tenía que haber algo de valentía en su interior a la fuerza...

- Le acompañaré yo.- escuchó de repente.

Y aunque seguramente se estaba sentenciando, dio gracias a los dioses porque Arabela acudiera en su ayuda. Querría acabar con lo iniciado el otro día en el teatro, sin duda, pero ¿acaso no sería una muerte más dulce? Perecer en la mujer de sus sueños no podía ser peor que ser asesinado brutalmente por alguien o algo a quien ni tan siquiera tendría la oportunidad de ver. Además, a pesar de que todo evidenciara lo contrario, algo en su interior le decía que había piedad tras aquella salvaje apariencia.

Baile de Brujas - BorradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora