Capítulo 59

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Capítulo cincuenta y nueve
"Quién es James Withermore"

La atmósfera se tensó cuando James apareció en la puerta, apoyado en el marco y con un marcado acento francés.

- ¿Qué se te ofrece, niño? - su voz resonó en la habitación.

Tom se puso de pie, dejando atrás su posición arrodillada.

- Tengo 17 años. En todo caso, seguirías siendo un niño - respondió, desafiante.

- ¿Un niño de 21 años? No lo creo. ¿Qué hacías, Riddle? - inquirió el profesor, con una mezcla de curiosidad y severidad en su tono.

- Vine a devolver algo que tomé - dijo Tom, levantando el diario de 1950.

James abrió los ojos con sorpresa y se acercó para arrebatarle el diario. Se recriminó a sí mismo por dejar las cosas tan a la vista.

- Me sorprende tu actitud... - murmuró mientras guardaba el diario en un cajón - No preguntaré por qué lo tomaste, pero no deberías volver a hacerlo - lo reprendió.

- La única Linghood desaparecerá en unos años... ¿Por qué no leer de qué se trata? - preguntó Tom, señalando el enunciado del diario.

James suspiró, resignado ante la insistencia del joven.

- Mira, niño... - comenzó a decir, pero fue interrumpido por Tom.

- Preferiría Tom o Riddle... cualquiera de las dos está bien - cortó, con cierta brusquedad.

- Mira... Riddle - concedió, a regañadientes. - No sé qué tienes en mi contra. Si es por Leah... déjame decirte que no tengo nada que ver con ella.

Riddle cerró los ojos por un momento, dejando escapar una sonrisa llena de sarcasmo antes de levantar la mirada con odio.

- Eso no explica por qué tenías un diario con su nombre - afirmó, elevando la voz.

- Tal vez no... pero eso a ti no te importa - respondió James, manteniendo la compostura.

- Me importa, porque me preocupo por ella - declaró Tom, con determinación.

- Si tanto te preocupas por ella, entonces deberías invitarla a bailar. Ponte un traje y ve al baile como un adolescente normal... ella está sola aburriéndose mientras ve divertirse al resto. Si fuera yo el enamorado de Leah, entonces lo haría - concluyó James, dejando en el aire un atisbo de verdad.

Tom apenas se despidió de manera descortés y se retiró a la soledad de su dormitorio, con la mente llena de dudas y pensamientos turbulentos.

Tom se dejó caer sobre su cama con un suspiro de frustración, el eco de sus propias palabras resonando en su mente. "Al diablo", murmuró, decidido a enfrentar la noche con valentía, aunque su corazón latía con una mezcla de nerviosismo y emoción. Se levantó con determinación y se dirigió hacia el armario en busca de su traje de gala, las manos temblando ligeramente por la anticipación.

En un abrir y cerrar de ojos, Tom se transformó de un desaliñado desastre a un caballero, aunque su reflejo en el espejo aún mostraba evidentes signos de su apresuramiento. Una sonrisa irónica se curvó en sus labios mientras ajustaba su saco, consciente de su falta de elegancia.

Sin detenerse a perfeccionar su apariencia, Tom abrió la puerta y se lanzó hacia el salón del baile con una determinación casi desesperada. Cada segundo parecía un obstáculo en su camino hacia Leah, cuyo rostro imaginaba con ansias.

Finalmente, con el salón a la vista, un torrente de bailarines se interpuso en su camino, como una marea frenética que amenazaba con arrastrarlo lejos de su objetivo. A pesar de los tropiezos y empujones, Tom luchó por mantener la vista fija en Leah, su única guía en medio del caos que lo rodeaba.

El corazón de Tom latía con ansiedad mientras se preparaba para el baile, su mente llena de esperanzas y temores entrelazados. Cada prenda que se colocaba era como un escudo contra sus propias inseguridades, aunque sabía que ninguna cantidad de elegancia externa podía calmar el torbellino de emociones dentro de él.

Cuando vio a Leah, su corazón dio un vuelco, iluminando su rostro con una sonrisa expectante. Sin embargo, esa esperanza se desvaneció en un instante cuando otro hombre se le acercó, alto y seguro de sí mismo, envuelto en la opulencia de sus ropas. El dolor se clavó como una daga en el corazón de Tom al ver cómo Leah aceptaba la invitación de ese hombre con una sonrisa radiante, revelando un mundo de complicidad entre ellos.

El nombre de James Whitmore resonó en su mente como una maldición, una sombra que oscurecía cualquier posibilidad de felicidad. El fuego del resentimiento ardió en su pecho mientras veía cómo se alejaban juntos.

La ira se apoderó de Tom, su paso hacia la salida marcado por la furia contenida. Cada paso era un eco de su decepción, cada movimiento un recordatorio de la traición percibida. Sus puños se apretaron con impotencia mientras pateaba cualquier cosa que se cruzara en su camino, como si pudiera desahogar su frustración con cada golpe.

Al llegar a su habitación, el descontrol se apoderó de él. Su saco voló por el aire y sus pertenencias se estrellaron contra el suelo con un estrépito sordo. Con el corazón hecho trizas y los ojos ardiendo de furia y dolor, se dejó caer en la cama, sintiéndose completamente derrotado por la astucia de James y el frío desengaño de Leah.

The secret of Tom Riddle.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora