★COMPLETA★
¿Saben lo que es ser un verdadero licántropo?
No es como lo narran...
La vida de un hombre lobo esta llena de dolor, angustia e ira...
La gente creía que era un asesino en serie, otros un animal salvaje como un lobo u oso enfurecido. L...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Rebuscó estre su desordenado cajón antiguo el botiquín de emergencias, la sangre caía sobre la madera. Suerte que Job tenía unos cuantos implementos médicos si sucedían estos casos. Travis removió medicinas, jeringuillas entre otros utensilios médicos para abrirse paso a la pequeña cajita blanca con una cruz roja en el medio. El ardor de su dedo medio era incomparable y la sangre rodaba desde su herida abierta hasta la mitad de su antebrazo. Sentía el latir de sus capilares y un denso calor causándole más molestia. No debió afilar aquellos cuchillos sin tomar las debidas precauciones. Debió haber sido más juicioso con sus actos.
Travis Ackerman era un chico de ascendencia británica-irlandesa de veintitrés años de edad. Trabajaba en la Carnicería de Job, ubicada en el noroeste de la ciudad a medio tiempo en los días que no tenía universidad, pues era un estudiante de biología de la Universidad de Reikiavik. Para su mala suerte, un torpe accidente pudo haberle costado el dedo medio de su mano derecha.
Lo había lavado previamente, conteniéndose los quejidos de dolor. Encontró el botiquín y sacó inmediatamente la gasa y el agua oxigenada cuando de repente entro Virginia, una mujer de mirada bonachona algo anciana y la esposa de su jefe, quedó horrorizada por la visión frente a sus ojos. —¡Travis! ¡Por Dios santo! ¡¿Que diablos te has hecho?!
La sangre no paraba de chorrear manchando parte de la gasa y el frasquito verde de agua oxigenada. Virginia arranchó los objetos de las manos de Travis y lo tomó de la muñeca para arrastrarlo al mostrador para examinar su herida.
Suerte que Virginia sabía curar este tipo de heridas. Era una excelente enfermera en sus tiempos de juventud, una de las mejores del hospital estatal.
—Mantén quieta la mano, limpiaré la herida —ordenó mientras tomaba algo de gasa estéril y secaba parte de la sangre rojiza que manchaba la superficie de madera—. Por suerte no es muy profunda. No creo que necesite de sutura. Solo debemos de parar el sangrado.
Acto seguido, echó el agua sobre el área afectada causando un respingo en el joven. —¡Ay vamos! Hasta mis nietas son más valientes —farfulló mientras envolvía el dedo en gasa la cual enseguida cambió su tono blanco a un brillante escarlata.
Travis cerró los ojos y aguantó el dolor, casi no sentía la mano. Le recorría un intenso hormigueo que iba desde la herida hasta su muñeca. —Qué estúpido soy -se maldijo por lo bajo.
Ella lo interceptó con la mirada de una manera firme y con una ceja arqueada al ya haber terminado de vendar. —¿Cómo te hiciste esta fea herida?
—Fue algo imprudente de mi parte. Realmente fue con la piedra de afilar y el cuchillo para cortar hueso. Digamos que se me fue la mano —explicó mientras se rascaba la parte trasera de su cabeza con su lado buena y evitando la mirada de su jefa.
—Ten más cuidado la próxima vez muchacho —dijo soltando su mano dando por terminado su trabajo—. Tendrás esa mano inútil por un tiempo. Será mejor que vayas a casa a reposar un poco la herida y esperar a que sane.