XXI

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Los gemidos del lobo negro se oían por todo el denso bosque. Trastabillaba al caminar mientras el ardor que le causaba su gran herida en el hombro le hacía temblar con cada paso que daba.
La luna iluminaba el sendero con su luz plata y Leena gañía mientras sus ojos inspeccionaban cada centímetro del bosque. Por primera vez en su forma de lobo, ella se sentía débil y vulnerable. Su parte humana, por otro lado, exhalaba un grito de júbilo. Había encontrado una manera digna de acabar con el sufrimiento, antes de volver a ser retraída por el lobo que dominaba en aquellos momentos del cuerpo de Leena.

El lobo resoplaba y gruñía a pequeños animales que se atrevían a cruzarse en su camino hacia la laguna plateada escondida en medio del bosque, una acumulación de nieve que se había derretido formando un pequeño cuerpo de agua y allí metió las patas y sintió el cortante frío sobre su piel.
No le importaba, debía de desinfectar la herida de inmediato. No quería averiguar que pasaría si la dejaba allí a la intemperie. Aún sentía la ardiente hoja de metal en las paredes de su herida abierta, carcomiendo su piel como si estuviera quemándose desprendiendo un olor espantoso mezcla de metal y sangre.

No se había percatado pero ya había dejado de poseer forma de lobo pese al dolor y su piel desnuda tocó las cristalinas aguas sin hacer ningún ademán de frío. Su nívea piel, abarrotada y marchita, hacía un contraste fantasmal con la roja sangre que recubría su pecho y rostro antes de sumergirse en las gélidas aguas de la laguna.

El líquido besaba con suavidad su piel llenándola de una calma y relajación absoluta. Por unos momentos ansió nunca salir de allí y volverse una con la laguna pero la falta de aire retuvo ese deseo. Soltó unas breves burbujas y volvió a la superficie con un largo resoplido mientras la sangre se hacía una con el agua. Quizá se había cumplido parte de su añoranza, pues su sangre ahora se perdía entre las calmadas aguas del lago. Nos solo la de ella, si no también la de aquella mujer policía a la cual había atacado.

Al salir, los somorgujos y los gorriones cantaban algo molestos en la lejanía como si algo hubiera interrumpido su sueño y el bosque se llenó de débiles murmullos. El ululato de un búho cercano la distrajo y Leena volvió a divisar a la blanca figura altanera del búho posado en una alta rama con sus ojos dorados insertados en ella.

Leena no le prestó mayor interés y se acuclilló en la orilla del lago para apreciar su débil reflejo iluminado por la luna. Sus ojos seguían amarillentos y aún presentaba unos rasgos toscos de la transformación, sus uñas estaban alargadas y maltratadas, con tierra y sangre bajo las mismas. Bajo su pómulo derecho, un gran corte continuaba sangrando atravesando su contraído rostro. Sus dedos inmediatamente se dirigieron a tocarlo y el calor que este emanaba le impidió. La herida en el hombro también le mataba, pues su dolor crecía en intervalos.

El bosque giró a su alrededor mientras sus ojos desorbitados estaban atentos a lo que sucedería luego. El búho volvió a chillar con más fuerza, como si profiriera una violenta maldición contra ella y alzó el vuelo cruzando sobre su cabeza y rozándole el cabello con sus potentes garras. Leena de inmediato se llevó las manos en la cabeza y vió como el ave se perdía entre las copas de los árboles a una velocidad extraordinaria.

Relamiéndose los labios con la punta de su lengua volvió a percatarse del sabor a sangre que prevalecía en su boca. No había logrado asesinar a su víctima y ahora su estadía en la ciudad corría un grave peligro si aquella policía contaba algo de su secreto. Su vida corría riesgo y sus instintos estaban en alerta máxima mientras recorría el bosque con una mirada de absoluta locura.

-Debo encontrarla... Y acabar con esto de una vez por todas... -dijo y logró ponerse en pie mientras ideaba un plan para no ser descubierta.

Tenía que comenzar a ponerse en acción luego de la luna llena, para evitar levantar más sospechas.

Teratos: Luna Roja (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora