XXXVIII

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Los mirlos ya anunciaban el avance de la mañana con sus gorjeos y trinos mientras volaban en bandada por los cielos buscando refugio del frío

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Los mirlos ya anunciaban el avance de la mañana con sus gorjeos y trinos mientras volaban en bandada por los cielos buscando refugio del frío. Veronika había dejado a Matilda de vuelta al orfanato volviéndole a prometer que regresaría para que ambas fueran al cine, sin embargo aquello le fue difícil de creer a la joven pelirroja pues temía de lo que pudiese suceder en la época del eclipse total de luna.

Transitó por las calles nuevamente con la mirada paranoica y ambas manos metidas en los bolsillos de sus pantalones. De su boca emanaban grandes nubes de aliento helado repetidamente demostrando su pesada agitación. Con el paso rápido, anduvo por las aceras con la cabeza gacha y evitando hacer contacto visual con los transeúntes, temiendo si entre uno de ellos se encontrara la joven lobo lista para acabar con ella.
Veronika se sentía traicionada por los nervios por lo tanto, las inmensas ganas de llorar le azotaron con fuerza. Temía por su vida, como aquella noche que el lobo devoró su carne y la hirió para toda la vida, tanto de cuerpo como mente.

No se había dado cuenta que sus pasos rápidos ya se habían transformado en algo más veloz. Ante su sorpresa, ya corría con todas sus fuerzas por las aceras, dejando una estela helada a su paso y una serie de habitantes hostigados. Veronika sentía que el lobo la tenía en la mira y su única salida era escapar de allí.

Cruzó calles, evadió a caminantes y bicicletas e incluso, en una transitada avenida, casi es atropellada por una camioneta que, gracias a la astucia del conductor, logró frenar antes de impactarla. Se ganó diversos insultos aunque sus oídos estaban sordos por los retumbantes latidos de su corazón y el ficticio gruñido del lobo tras de ella.

Su prótesis parecía flaquear cada vez que impactaba el suelo. Su herida le daba desventaja de la mayoría de humanos en Reikiavik y presa fácil para el lobo. Esas bestias, al herir a un ciervo, por más fuerte o rápido que sea lo buscarán hasta darles su debida caza. Lo triste, es que Veronika era un ciervo débil y malherido el cual era contemplado por los ojos del depredador oculto entre los matorrales.

Esa era la cruel ley de la vida. La naturaleza ruin y perfecta.

Su casa quedaba a apenas dos calles más, por lo que sus piernas, con la potencia de las de un vigoroso ciervo, corrieron trecho abajo por el lugar mientras divisaba a lo lejos su hogar viejo y con olor a escape de carro que tanto añoraba.

Al entrar, cerró con fuerza la puerta y la aseguró con la llave y candado. Nadie entraría, o por lo menos, nadie con fuerza humana.
Por fin, Veronika recobró su tranquilidad y se desparramó sobre el sillón de la sala de estar con la mirada perdida y agradeciendo estar aún viva. Estaba segura de que la loba conocía su olor y, ahora que podía dar con su rostro, iría decidida a matarla; o al menos eso pensaba la agitada Veronika.

Su pie cercenado le escocía horrendamente. Se quitó rápidamente el zapato y por ende, la prótesis metálica sobre una pequeña media especial. Al quitársela, contempló con recelo el muñón que antes continuaba hasta su pie ahora solo como un trozo de carne con una gruesa cicatriz negruzca de lado a lado. Verla le causaba náuseas. Pensar que allí se mantuvieron clavados los colmillos de esa bestia mientras con su fuerza sobrehumana arrancaba trozos de su piel y músculos para devorarlos. Hace varios días había llegado a la conclusión de cuál era la razón por la que no se había transformado en un hombre lobo. Según ella, la saliva contaminada del monstruo no llegó a infectar todo su ser debido a que la herida fue amputada, aunque no estaba el cien por ciento segura. Como daría por preguntarle a Craig aquello, para así poder derrochar esa amargante duda que aún yacía en su mente.

Teratos: Luna Roja (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora