XIX

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La mañana era fría, nubosa, perfecta para la atmósfera de una novela de misterio de los ochenta

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La mañana era fría, nubosa, perfecta para la atmósfera de una novela de misterio de los ochenta. Craig Sanderson iba con una gruesa carpeta azul bajo el brazo cruzando las calles aledañas a la estación de policía, ubicada al norte de la ciudad. Su expresión era innata, parecía haber visto una maratón de películas de terror en la televisión la noche anterior. Con ojeras bajo los ojos y con el ceño fruncido, sus dedos se aferraban con fuerza a la superficie de cartón de la carpeta. Tenía una leve tos, que se intensificaba con el cortante frío del otoño, por lo que decidió cubrirse la boca y mariz con su bufanda. Sabía que debió haber traído un pasamontañas.

Al llegar a su destino, observó como dos policías reían en su camino a una patrulla, preparados para su rutina diaria de vigilancia. Al quedárselos viendo tan fijamente, el académico recibió unas cejas fruncidas por parte de uno de ellos en señal de extrañez antes de entrar por la puerta principal.
No había mucho personal en el momento, quizá se debía al frío que hacía. Logró divisar a unas siete personas en las diferentes secciones de la pequeña estación que iban y venían por los pasillos mirando de reojo al recién llegado. De pie, frente al mostrador principal observó a una oficial de un intenso cabello como el fuego revisando unos papeles firmados mientras  apretaba los labios, tenía una expresión contrariada y decidida. De inmediato la reconoció y fue hasta ella.

—Señorita Reede, me alegra encontrarme de nuevo con usted —exclamó acomodándose  el cabello de manera coqueta ante la sorpresa de la joven quién dejó los papeles de lado para enfocarse en plenitud del recién llegado. 

—Buenos días Sanderson. ¿Qué te trae por aquí? —exclamó ella dándole un apretón de manos que terminó en un beso obligado por él, pese a su descontento. Tenía que admitirlo, Sanderson era muy confianzudo y coqueto, cosa que le fastidiaba hasta tal punto de querer enfrascarle una cachetada en la mejilla.

—Necesitaba hablar con tu jefe para aclarar unas cuantas cosillas grandiosas sobre el estudio de los cadáveres —se notaba que el rostro le había cambiado de repente, aunque aún prevalecía el terror difuminado por supuesta alegría, la mirada común de muchos de los pobladores de Reikiavik—. Víktor quería venir personalmente también, pero no se logró debido a una cuestión relacionada con su hija Maia. Creo que mencionó algo sobre una obra escolar.

Ese comentario hizo a Veronika sonreír. Le reconfortaba saber sobre el bienestar de los niños, aún cuando una abominación andaba suelta.
—El capitán Hannes aún no ha llegado. Si no desea esperarlo, puede decírmelo. Yo le comunicaré apenas llegue.

—No tiene que preocuparse. Esperaré pacientemente a su llegada.

La pelirroja quería saber más, aunque no se sentía segura de sí misma para continuar preguntando. El catedrático le causaba algo de recelo, incluso con los buenos modales que poseía. No así el doctor Petrov, que era un auténtico caballero.

Sanderson se sentó a esperar tranquilamente en una silla ubicada a un costado del pasillo, balanceando sus pies y acomodándose los anteojos sobre el puente de su nariz. Sentía la mirada fugaz de la pelirroja mientras arreglaba de nuevo sus papeles. Esto le causó algo de gracia y levantó los costados de sus labios de manera sutil para que ella no se percatase.

Teratos: Luna Roja (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora