XXVIII

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Al oír aquella su alterada exclamación, el lobo dentro de Leena se amansó casi por completo. Era como el antídoto de una demencia mental. O en el caso de Leena, de una sobrenatural.
La fracción salvaje de su alma deseaba lanzarse directo a las gargantas de esos entrometidos que amenazaban con descubrir su secreto aunque su parte prudente y humana había vencido la batalla.
Y aún fue mejor la victoria al tener frente a ella aquellos ojos marrones tan bonachones y dulces.

—No vuelvas a asustarme así —disimuló con sorpresa la joven con un toque de molestia en su voz.

Travis arqueó la ceja izquierda al notar ese toque y parpadeó exageradamente que hasta resultó algo cómico.
—Disculpe, no quería incomodar a la señorita. Hace días que no hay rastros de tí y realemente estaba muy preocupado.

Leena sabía que era inútil pedirle a Travis que se marchara del lugar para que así pueda continuar espiando a sus futuras presas. Además, en el fondo, quería disculparse, pues en el preciso instante que vió los ojos preocupados del chico, pudo sentir esa molestia que se había originado luego de que ella lo dejara plantado en la orilla del mar.

—Travis, de veras lamento todo lo que ha ocurrido en estos días. Han sido muy agitados para mí —declaró ella desviando la mirada hacia los lados como si estuviese atravesando una psiquis.

—No esperaba que me hayas dejado solo en nuestra salida. Fue algo... —él no logró concatenar la frase.

—Lo sé, y de veras estoy muy apenada de aquello pero...simplemente no pude ir...

—¿Podría saber la razón?

A Leena se le detuvo el corazón por una milésima de segundo ante la mirada desafiante del británico con los labios levemente fruncidos. Él deseaba una respuesta concreta a su pregunta y no iba a permitir titubeos.

—Yo... Yo tuve que... —trató de decir ella organizando sus ideas.

Travis abrió los ojos con sorpresa hacia la gran cicatriz que le había quedado en el pómulo debido al corte propinado por la policía con la daga de plata hace unos cuantos días atrás. Ya se había cerrado casi por completo, solo tenía una fea línea rojiza atravesando sus líneas de pecas casi trasparentes.
—¡¿Qué te sucedió?! ¿Te atacaron? —masculló Travis acercando sus dedos al rostro de la joven intentando palpar la superficie de su piel.

Leena al notar esto, retrocedió asustada unos centímetros y se golpeó contra la pared del callejón sucio y destartalado. Travis la había encarcelado con su cuerpo en aquel oscuro y maloliente lugar. A simple vista parecía un violador que estaba aprovechándose de una frágil jovencita. Aunque no había nadie que pudiese comprobarlo.

—Solo me lastimé con una rama por tonta. No me había percatado de ella cuando fui a hacer senderismo —su corazón parecía una máquina desatada y su garganta se sentía tan seca como si no hubiese probado el agua en dos días. Tenía la boca entreabierta y el rostro del chico a escasos centímetros del suyo, mirando su herida con ojos curiosos. Su respiración cálida calentaba su cuello en aquella fría mañana de otoño y su aliento con olor a menta la había enloquecido.

Pero entonces oyó las voces conocidas, las que estaba espiando hace apenas unos minutos, acercándose al callejón donde la pareja se encontraba. El olor de la policía coja se aproximaba a pasos agigantados y podía escuchar con mayor claridad lo que conversaban.
El pánico comenzó a invadir los lugares más recónditos de su cerebro, con el temor de que llegase a reconocer o sospechar a su agresora sobrenatural.

Entonces no lo pensó dos veces y agarró por la chaqueta peluda a Travis y lo besó tan apasionadamente que hasta el pobre quedó sorprendido. Oculta tras el fornido cuerpo del chico y entretenida con los labios y lengua del chico sorprendido, logró escuchar un fragmento de la charla que mantenían.

Teratos: Luna Roja (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora