Quién diría; las remilgadas salen a cazar de noche.

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Riley.

Miraba entre la multitud. En busca de Lucas. O Farkle. Incluso hasta buscaba el cabello rubio de Maya en el gentío. Cualquier persona que pudiera ayudarme a no sentirme como una completa extraña en aquella fiesta a la que me tenía que haber rehusado a ir. Ahora, estuviera cómoda sobre mi cama, con un libro entre mis manos y algo de té. No rodeada de adolescentes sudorosos que nunca había visto en mi vida. Por supuesto que el señor Darcy era de lejos mucho mejor que el montón de tíos con más alcohol en su sistema del que podían manejar.

Escudriñé el área por quinta vez en diez minutos, pero ninguna persona familiar para mí se encontraba cerca. Quería resistir a la idea de mirar nuevamente mi reloj de mano, pero casi por inercia, mis ojos se dirigieron traicioneros hacia allí. 

11:45

Mi hora de queda había pasado hacía mucho.

El sudor ahora corría deliberadamente por todo mi rostro, empapando mi cabello. Sentía la cara pegajosa mientras caminaba de un lado a otro de la habitación, halando de mi cabello y masticando mi labio inferior. Salí unas cuantas veces al patio, y hasta había recorrido cada rincón de aquella pista, pero ni rastro de mis amigos. Mi corazón palpitaba cada vez más fuerte, con la culpa carcomiendo mi interior.

-Lo siento. –Digo, entre el alto ruido. He chocado con un gran cuerpo, pero no tengo tiempo para girarme, por lo que emprendo mi camino hacia el patio trasero nuevamente.

-Lo que hay que ver. –Grita alguien detrás de mí. –Las remilgadas salen a cazar de noche.

Dios, no. No hoy. No hoy que estoy tres de tener un colapso. No ahora, que no me importaría golpearlo a la primera que comience a hablar como un total imbécil, lo cual hace a la perfección. No justo cuando quiero pasarle de largo en lugar de presionar una bala contra su cabeza. Mis puños se aprietan. –Cómo no. Debí saberlo. –Me giré, mientras observaba esa estúpida sonrisa extenderse. –Los tíos como tú siempre rondando por ahí.

Levantó su ceja, curioso por lo que saldría por mi boca. -¿Tíos como yo?

-Los tíos que siempre andan de fiesta, bebiendo whisky y fumando a todo pulmón, porque no pueden escapar de su repugnante vida. –Le escupo en la cara, porque ya se ha acercado a mí lo suficiente para poder observarle a menos de un metro de distancia. –Ya sabes, los tíos como tú, jodidos a más no poder.

Me toma fuerte del brazo, acercándome peligrosamente hacia él. –Cuidado con lo que sale por tu boca remilgada.

Sentí miedo. Creo que no había sentido ningún miedo similar. Si es que alguna vez hubiera sentido uno en realidad. Por ejemplo, estaban todas esas veces en las que me quedaba en mi habitación, largas horas pensando en que sería terrible perder a Lucas. Me revolvía el estomago cada vez que aquello cruzaba por mi mente, haciéndome una mala jugada. Incluso hasta una jaqueca inmensa solía embargarme. O estaba también esa vez, cuando tuve ese examen en sexto grado, con la maestra Gonzales, pelirroja y ceñuda. Hablaba largas horas sobre la geografía, y las enormes ventajas sobre aprenderla, pero curiosamente, nunca llegó a enseñarme más nada aparte de eso. Claro, sabía que necesita la geografía para viajar, descubrir, y un montón de tonterías más, pero solo eso. Creo que pasó la mayor parte del tiempo tan concentrada en asegurarse de que amaramos la materia, que creyó que eso bastaría para que mágicamente los nombres de los continentes aparecieran en nuestro cerebro, como si lo hubiéramos estudiado por cinco clases. Y hacía esos exámenes, Dios, los peores del mundo. Sentía miedo de reprobar. De fallar en un examen que bien podría estar justificada. Esa clase de miedo no podría compararse con lo que sentía ahora mismo.

Recordaba vagamente a mi madre, gritándome fuerte dentro de mi cabeza, sobre las consecuencias de desobedecer sus reglas. Nunca me habían preocupado, puesto que sabía que jamás rompería una. Ahora, solo deseaba, que las hubiese gritado más alto.

FRIENDS. -Girl Meets WorldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora