Cerrar ciclos.

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Maya.

El reloj dio las cinco y cuarto en punto. Revolví mis manos, nerviosa por la simple y enloquecedora idea, que hasta hacia unos momentos había aparecido, revoloteando en mi mente: no vendría. No podría culparlo, yo en su caso también me hubiese negado rotundamente. Pero vamos, era señor perfecto. Era todo modales y educación. Y podría apostar la poca fortuna que tenía, que valoraba a montones, que él estaría cruzando la puerta en unos cuantos minutos más.

Más aún así seguía perforando mi cabeza. Era como si de a poco a poco, una voz se estuviera alzando en lo alto, reacia a dejar de gritarme la única verdad absoluta en mi vida.

La gente siempre me terminaba abandonando.

Y no es que quisiera sonar dramática ni mucho menos. Ni que quisiera victimizarme, por supuesto que no. Pero había cosas que no podías cambiar, ¿saben? Que están fuera de tu alcance. Es como esas tías a las que les podías decir una y mil veces que se parecían a un palillo andante y aún así vomitaban a escondidas de sus padres.

Son solo cosas que se encuentran dentro. Y bien dentro.

Me dejé caer de golpe en el respaldo del silloncito en el que llevaba esperando aproximadamente una hora y pico. Y no es lo que creéis. No me ha dejado esperando. Solo era que le había pegado un trago duro a uno de esos vinitos que Stone había dejado por mi habitación en una de sus visitas. Y eso era lo único que había necesitado para envalentarme.

Porque era una cobarde. Y sabía perfectamente que si me quedaba un solo segundo ahí a esperar que el efecto se desvaneciera probablemente terminaría retrocediendo.

La campanilla sonó.

No me incorporé. Seguía desparramada en el sillón de Topanga's, pero ¿cómo hacerlo? No tenía la fuerza para fingir más. Además esta era mi verdadera yo, la verdadera Maya.

La chica descuidada que bien podrías encontrar un viernes a las tres dormida en el asiento del tren.

—Hey. —Me dice.

Me sorprende. Su voz se escucha genuinamente agradable sin señal de reproche o disgusto, y sus ojos cálidos me envuelven de una manera alarmante. Se encuentra parado frente a mí, tengo que levantar la cabeza para poder observarlo de lleno. Su cabello rubio cayéndole por la frente, la piel tostada y los brazos fuertes. Y esa mirada... Jesús, sus ojos. Sus ojos son como ver el atardecer o contemplar las estrellas, son especiales, tiene una mirada dulce y pervertida al mismo tiempo, un color oscuro pero con un brillo único. Quizá sean los ojos más bellos que he visto y no miento, no puedo dejar de mirarle fijamente.

Porque esta era yo, la verdadera Maya Hart.

Y ese era él, el perfecto Lucas Friar.

—Hola. —Me incorporo. No me he parado, no quiero hacerlo forzado. Solo me he inclinado un poco y he colocado mis codos flexionados sobre mis piernas de manera casual. Y le lanzo una sonrisa cálida también. Al menos tan cálida como mis infiernos lo han permitido.

Él se sienta en el brazo del sillón a mi lado. ¿Esa era una buena señal? Podía salir corriendo a la primera oportunidad que tuviera, o seguir sentado allí y mantenerlo casual también. Al parecer ahora todo dependía de mí. De mi y de mi gran bocota sucia.

—Escucha..

—Yo..

Ambos nos vemos durante unos segundos, para después soltar una risitas sinceras.

—Lo siento. —Le digo. Abro la boca, luego la cierro. Él me mira extrañado. La vuelvo abrir. Nuevamente a cerrar. —Dios, ni siquiera sé que decir.

FRIENDS. -Girl Meets WorldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora