Extra; Merlina se ha vuelto Cenicienta.

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Podía escuchar mi llanto por todo el lugar. De verdad. Era como si de pronto, alguien hubiese hundido de repente un cuchillo con excesivo filo dentro de mi pecho y me estuviera desgarrando algo más que el cuerpo. Sonaba algo así como a la vida entera.

Había desechado la idea de cubrir mis oídos cuando cubrir mi boca no había dado resultados.

Porque sí, tan aterrador como pudiera sonar, no era yo quien lloraba. Al menos no en este momento. Es decir, podía escuchar mi llanto a la perfección. Incluso si cerraba los ojos podía sentir perfectamente las lágrimas corriendo por mis mejillas. Una a una. Tan dolorosas como la primera vez que te rompen el corazón. O que tu papá falta a la cena de navidad. O cuando sacas una mala nota solo porque al tío de al lado se le ha ocurrido decir que has copiado en el examen. Y la maestra si que te detesta.

Peor aún, cuando te das cuenta la infinidad de personas alrededor, pero nadie te mira. Nadie está realmente contigo. Me sonaba a esa película, donde la chica moría y su espíritu no alcanzaba el cielo o algo así. La verdad era que no había prestado verdadera atención. Pero la gente pasaba alrededor, podía ver a las personas riendo y charlando. Yendo a los parques, a la escuela. Podía ver a los niños correteando las pelotas. Podía ver a su madre cocinando mientras intentaba maniobrar con la puerta del frigorífico.

Podía ver. Escuchar, sentir.

Pero nadie le veía.

Así era como mi vida había acabado por ser una estúpida película de drama donde a) la protagonista había muerto y b) era sin duda alguna de lejos la película con más absurdos fundamentos y más pésima reflexión final. ¿Adivinaran? La chica cruzó el umbral. ¿Qué si había algo intermedio que valiera la pena contar? Absolutamente no.

Pero lo había pillado en un canal de tv donde generalmente pasan series que siguen la vida de no sé qué celebridad que ha ganado fama por que se ha filtrado un vídeo sexual de ella, así que netamente no podía quejarme.

Así que sí, vaya mierda de preparatoria.

El punto era que ahí estaba, con mi trasero entumecido sobre el plástico de la tapa del excusado blanco. Mis piernas tocando mi pecho y mis brazos sujetos a ellas. Mi cabello hacia una cascada hasta mis hombros y se hacía camino hasta la curva en mi espalda. Llevaba un vestido monísimo que mamá me había obligado a portar.

Porque vamos ¡Era el primer baile de la temporada! ¿No era eso absolutamente grandioso? Cerré los ojos con fuerza. Mi madre era realmente obstinada cuando se lo proponía y vaya que no me iba a permitir dejar en casa con otra película estúpida de ese canal del infierno para llorar a moco tendido. Porque era el baile de inicio de curso.

Aunque yo no quisiera estar en el baile. Ni en el curso.

Así que retomando el punto, así era como había terminado formando mi propia tétrica y triste historia. Y para aumentar el dramatismo, porque yo de verdad que adoraba el drama, escuchaba mi propio llanto resonando en mi cabeza aunque ni una sola gota había salido de mis ojos. Era como si de alguna forma estos se hubiesen cansado ya de llorar que ahora mi cerebro se negaba rotundamente a derramar más lágrimas. Pero por supuesto que no me dejaría ir tan fácil.

Y lo seguía escuchando, como un recordatorio de lo patética que era mi vida.

Jesús y sólo tenía dieciséis.

Me pregunté cómo era que había llegado a tal extremo, y no, no me refería a mi trasero sobre el retrete, sino más bien al punto de tener esa batalla interna conmigo misma sobre el porqué de mi existencia. Tan filosófico como pudiera sonar llevaba meses con esa pregunta resonando fuerte en mi cabeza: ¿Realmente lo valía? Recuerdo haber pensado, y luego sin titubear me respondí: ¡Por supuesto que sí! Porque solo era un mal tiempo, las cosas se solucionarían.

FRIENDS. -Girl Meets WorldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora