Que comience el juego.

23 0 0
                                    


- ¡¿PERO QUÉ MIERDA?! - Giré mi cabeza y la vi - ¡Oye, ya parale! 

Sostuve su muñeca fría y delgada para que no volviera a golpearme la cabeza. Poco fue mi fuerza comparada con la de ella, pero sí la hice al menos por unos segundos batallar para que no siguiera golpeando la muy idiota y no fui sólo yo la única sorprendida porque ella también lo estuvo por milésimas de segundo.

- Eres fuerte.- Susurró muy para ella, pero alcance a oírla. Pensé que tal vez había escuchado mal por el alboroto estudiantil. Mas no fue así, escuché correctamente.- Pero no me cambies el tema. 

Cerré mi casillero de donde había sacado mis cuadernos para el día de hoy. Parte del día de hoy puesto que no llegue a mis tres primeras clases de la mañana, sólo me presenté a la última, una donde Danielle no paraba de preguntar insistentemente por qué es que no había venido y mil y un preguntas más, las cuales no he respondido hasta ahora, en parte por respeto a la clase que la señora Winword impartía. Y la otra era realmente sólo para hacerla esperar, para que las ansias por andar de chismosa la carcomiera parte del día.

- Yo no te cambié el tema, fuiste tú.

- Pues no me interesa, sólo quiero saber qué mierda te pasó. ¿Por qué desapareciste por tres días?, sin contar el fin de semana, obvio.

- La que tiene que rendirme cuentas eres tú, Danielle Black.- Su mano la metió entre el doblez de mi brazo para empezar a andar hacía la hora del desayuno.- No te vi el martes, no viniste.- Su paso se detuvo, quitó su delgado brazo del mío. Me paré igual que ella, pero unos centímetros más lejos.

Su mirada perdida, como en busca de la respuesta correcta, de la mentira perfecta, regresó a la mía al igual que ella junto a mi y su brazo a la pose de antes. 

- Tuvimos que salir por un asunto familiar.- La miraba sin importarme si podría chocar con alguien o caerme en el peor de los casos.- La... Abuela de mi padre... Murió.- Mi vista se pasó al frente para evitar un accidente. Pero el ceño fruncido seguía en mi cejas, en mi frente, en mi cara, prácticamente. No es que sea imposible de creer que la abuela de su padre se ha muerto, sino que su naturalidad, su falta de tacto ante lo que dice, me dejó... incierta.- Por ellos fue que no pudimos venir, estuvimos fuera.

¿Fuera? 

- ¿Todos? 

- Sí, Jordan, todos. Pero ahora dime tú por qué mierda no viniste tres días, y por qué ninguno de tus malditos amigos olorosos podía decirme nada.

- Es una historia larga. 

- Hazla corta.- Entramos aún con nuestros brazos entrelazados ignorando a los estudiantes y sus pláticas inciertas e insignificantes por parte de una pelirroja alta y hermosa, y una pelinegra pequeña. Las miradas de los estudiantes de Hiltmon cada vez eran menos evidentes, era cada vez más escasas, ya no se preocupaban por nosotras andando juntas o cosas así. De un tiempo para acá, dejamos de ser un centro de atención y eso es gratificante.

- No quiero aburrirte. 

- Lo haces todo el tiempo, pero aún así me aguanto.

Al sostener por completo la charola, sin que una mesa de metal resbaladiza me impidiese flexionar, improvisadamente, mi brazo, aún con dolor. Sólo un poco, aún en dolor seguía. Y, aunque por muy extraño que parezca las escasas e imperceptibles cicatrices en la parte de mis piernas, eso son ahora, cicatrices viejas, pérdidas más y más en mi piel. Aunque en la parte de mis brazos ellas no dejaran de ser muy visibles, negras, gruesas, delgadas, con apariencia de varices, salvo por el color literalmente negro y no verdoso que son ellas. Es extraño porque eso no me hace sentir como una persona normal sino como un fenómeno o algo parecido que no cuadre con lo clásico humano con enfermedades cotidianas.

Ocultos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora