La señora M., está muy enferma. Ruego a Dios por su vida, porque sufro viendo que Carlota sufre. No la veo sino a veces en casa de una de sus amigas, donde hoy me ha contado una historia singular. El señor M. es un viejo avaro, perverso y repugnante, que ha tenido atormentada y muy sujeta a su mujer toda la vida; ella, sin embargo, ha sabido sacar fruto de la situación. Habiéndola desahuciado el médico hace algunos días, mandó llamar a su marido y en presencia de Carlota, le habló en estos términos: “Debo confesarte algo que después de mi muerte podría ser motivo de inquietud y pesar. Hasta hoy he gobernado la casa con todo el orden y la mejor economía posible; pero debo pedirte perdón, porque te he engañado durante 30 años. Desde nuestro matrimonio fijaste una cantidad muy pequeña para los gastos de comida y demás de la casa. Cuando ésta ha prosperado y nuestros negocios han mejorado no he podido lograr que aumentes la suma destinada cada semana; tú sabes que en el tiempo de nuestros mayores gastos me obligabas a atender a todo con un florín diario. He obedecido sin reprochar y cada semana he tomado del cofre del dinero lo indispensable para cubrir mis atenciones, segura de que jamás se sospecharía que una mujer robara a su marido. Nada he malgastado e incluso sin hacer esta confesión hubiera entrado sin preocupación en la eternidad; pero sé que la que me suceda en el gobierno de la casa no podrá manejarse con lo poco que tú das y no quiero que llegues a echarle en cara que tu primera mujer se contentaba con ello”. He hablado con Carlota sobre la increíble ceguera que hace que un hombre no sospeche manejo alguno en una mujer que con siete florines cubre, de domingo a domingo, todos los gastos, cuando se ve que éstos pasan del doble. Sin embargo, conozco gente que hubiera recibido en su casa, sin asombrarse, el inagotable cántaro de aceite del profeta.
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"Las Penas del Joven Werther"
RomanceHe reunido con cautela todo lo que he podido acerca del sufrido Werther y aquí se los ofrezco, pues sé que me lo agradecerán; no podrán negar su admiración y simpatía por su espíritu y su carácter, ni dejarán de liberar algunas lágrimas por su trist...