20 De Enero

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Necesito escribirte, mi querida Carlota, aquí en un rincón de una posada de aldea, donde me refugié para escapar de una tempestad.
Desde que estoy en este triste albergue de D., entre personas raras, ajenas por completo a mi corazón, ni un instante siquiera he sentido la necesidad imperiosa de escribirte. Pero en esta cabaña, en la soledad, en esta cárcel, mientras que la nieve y el granizo golpean mi ventana, ha sido tuyo mi primer pensamiento. Desde que llegué, ¡oh, Carlota!, tu imagen y recuerdo, recuerdo tan vivo y santo, se han apoderado de mí y creo, ¡Dios mío!, sentir todas la alegrías de nuestro primer encuentro.  ¡Si pudieras verme, querida, en medio del torrente de distracciones que me asedia! Todas mis sensaciones se enervan y pierden sensibilidad. Ni un solo instante de gozo para mi corazón, ni el más insignificante descanso para mi alma. Nada, nada; estoy aquí como si asistiera a una función de sombras chinescas. Veo pasar y repasar delante de mí hombrecitos y caballitos, y me pregunto muchas veces si no es una ilusión. Yo formo parte de los personajes y desempeño también mi papel; más bien, se me obliga a hacerlo, se me hace actuar como un autómata. Si tomo la mano de quien está más cerca, retrocedo con espanto, pensando que es de madera.  Por la noche hago proyecto de ir a ver la alborada del día siguiente: amanece y me quedo en la cama. De día juego con la idea de ver después la Luna y cuando oscurece, me olvido  del tema  en mi alcoba. Apenas me explico por qué me levanto y por qué me acuesto.  El resorte que daba movilidad a mi existencia se ha roto; el encanto que me tenía despierto en las tinieblas de la noche y me desvelaba en la mañana se ha ido. Sólo una criatura he visto acá digna del nombre de mujer: la señorita B. Se parece a mi querida Carlota, si es que algo puede parecérsete. ¿Y qué?, dirás, ¿ahora me vienes con galanterías? Si, no es esto de total falsedad; desde hace algún tiempo soy muy adulador… porque no puedo ser otra cosa. Me doy aires de ingenio y dicen las damas que nadie puede hacer un elogio más delicado que yo. Añade: ni mentir, porque lo uno va siempre con lo otro. Creo que te decía de la señorita B. En el fuego de sus ojos azules se adivina naturalmente la energía de su  alma. Su  posición la mortifica, pues no alcanza a satisfacer ninguno de los deseos de su corazón. Aspira a alejarse del torbellino social y soñamos horas enteras con una felicidad pura, en medio del campo. ¡Ah! ¡Cuántas veces, Carlota, la he forzado a admirarte! ¿Forzado? No: su admiración es auténtica. ¡Tiene  tanto gusto en oír de Carlota! ¡La quiere tanto! ¡Oh, si yo estuviera sentado a tus pies, en aquel gabinete seductor y apacible, con los niños corriendo alrededor nuestro! Cuando te molestara el ruido, les reuniría y los haría guardar silencio contándoles algún cuento pavoroso. El sol desciende con majestuosidad detrás de las colinas llenas de nieve; la tempestad ha terminado, y yo… debo regresar a mi jaula. ¡Adiós! ¿Está Alberto a tu lado? ¿Qué digo? Dios perdone mi pregunta. 

"Las Penas del Joven Werther"  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora