26 de octubre

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Sí, mi amigo; cada día estoy más convencido de que la vida de una criatura vale muy poco. Ayer fue Carlota a ver  a una amiga suya. Entré a una pieza inmediata y tomé un libro para distraerme; pero no tenía la cabeza tan despejada como para atender la lectura. Tomé la pluma para escribir. Oí que hablaban en voz baja. Platicaron de cosas irrelevantes, de las novedades que se daban en el pueblo, de que tal persona se había casado y otra había caído muy enferma.  -Tiene una tos seca  -dijo la amiga-; las mejillas hundidas, la cara más larga. A veces, pierde el conocimiento. No daría yo mucho por su vida.  -M. N. -dijo Carlota-, está también muy echado a perder.  -Es verdad -repuso la otra-, tiene el cuerpo hinchado de un modo que preocupa. 

Así hablaban con tranquilidad, mientras yo me transportaba con la imaginación al lado de éstos y veía con qué ansiedad sentían que se les iba la vida y cómo se aferraban a la esperanza más tenue. Después de todo, estas jóvenes hablaban del asunto como habla todo el mundo cuando se trata de la muerte de una persona ajena. Yo, mirando alrededor de mí, viendo colocados acá y allá los vestidos de Carlota y los papeles de Alberto sobre los muebles, que han llegado a serme conocidos, hasta el punto de notar el menor cambio; me decía a mí mismo: “Puede asegurarse que en esta casa eres todo para todos; tus amigos te honran, tú ayudas a su alegría, y parece que no podrían vivir los unos sin los otros. Sin embargo, si tú te alejaras de ellos, sentirían… ¿cuánto tiempo sentirían el vacío que tu pérdida daría a sus vidas? ¡Ah!, el hombre es tan versátil por naturaleza, que aun donde tenga seguridad de ser querido, aun ahí donde pueda dejar un recuerdo hondo de su vida o de su paso en la memoria y en el espíritu de los que quiere, aun ahí debe apagarse y desaparecer; y esto, ¡ay!, demasiado rápido”. 

"Las Penas del Joven Werther"  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora