Anteayer vino el médico de la ciudad a visitar al mayordomo y me halló sentado en el suelo, en medio de los niños de Carlota. Unos saltaban alrededor de mí o se subían en mis rodillas; otros me hacían gestos; yo les hacía cosquillas y la algazara era grande y la alegría, muy ruidosa. El doctor es un arlequín pedante que al hablar, cuida más de estirarse los puños de la camisa, de arreglarse las chorreras, que de lo que dice. Al verme en esta posición, jugando con los niños, le pareció que yo me rebajaba en mi dignidad de hombre sensato y juicioso; pero a pesar de que yo me di cuenta de ello, por sus modos, no cambié de postura por eso y seguí divirtiéndome. Le dejé decir todas las cosas razonables y justas que se le ocurrieron y me ocupé de volver a levantar el castillo de naipes que los niños habían derribado. En cuanto volvió a la ciudad, lo primero que hizo fue contar a las personas que encontraba y querían oírle: “Los niños del magistrado estaban ya muy mal educados, pero ese Werther los acaba de echar a perder por completo”. Sí, querido Guillermo, los niños son lo que conmueve más mi corazón en la tierra. Cuando me detengo a mirarlos y veo en esos pequeños el germen de todas las facultades que necesitarán practicar algún día; cuando descubro en sus caprichos o terquedades la futura constancia y firmeza de carácter, o en sus travesuras y en su malicia el humor fácil y alegre que hace olvidar las penas y los contratiempos de la vida, y todo esto de una manera franca y total, no dejo de repetirme siempre estas palabras divinas del maestro. Mientras no llegues a ser como éstos… Pues bien, mi amigo, a estos niños, estas amables criaturas que deberíamos considerar modelos, los tratamos como esclavos. ¿Por qué no han de tener ellos también una voluntad personal? ¿No tenemos nosotros la nuestra? ¿En qué se basa o está fundada esta prerrogativa? ¿Es porque nosotros tenemos más edad y somos más serios? ¡Dios piadoso! Desde la inmensidad de tu gloria, ves a los niños grandes y a los pequeños, y nada más, y hace mucho tiempo que has declarado por boca de tu hijo, quiénes son con los que más te complaces. Los hombres creen en él, pero no lo escuchan, y nunca han obrado de otra manera. Forman a sus hijos semejantes a ellos y… Adiós; prefiero callar que seguir con este desvarío.
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"Las Penas del Joven Werther"
RomanceHe reunido con cautela todo lo que he podido acerca del sufrido Werther y aquí se los ofrezco, pues sé que me lo agradecerán; no podrán negar su admiración y simpatía por su espíritu y su carácter, ni dejarán de liberar algunas lágrimas por su trist...