17 de Mayo

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Conozco mucha gente, pero no tengo compañeros. No sé qué atractivo pueda haber en mi trato con los hombres; muchos me muestran afecto y hasta se complacen con mi amistad, pero veo siempre con pena que nuestros caminos difieren y no tardo en alejarme.  Si me preguntas cómo son las personas de este país, diré que iguales a todas. ¡El género humano es una cosa tan monótona! Casi todos trabajan la mayor parte del tiempo para vivir y su poco tiempo libre les pesa de tal modo, que buscan con ahínco el medio de usarlo en algo. ¡Oh, destino del hombre!  Sin embargo, estas personas son bienintencionadas. A veces, me olvido de mí y acudo a gozar con ellos los extraños placeres que a los mortales se conceden. Ya me siente en  una mesa bien provista, en la que reinan cordialidad y alegría; ya demos un paseo en coche o improvisemos algún baile, cuando se presenta la ocasión propicia, sin preparativos de ningún tipo, esto me produce los mejores efectos; sólo que entonces es necesario olvidar y no recordar que hay en mí una gran cantidad de facultades latentes, que me veo obligado a ocultar con el mayor cuidado. ¡Ah, esto me oprime el corazón en alto grado! ¡Y sin embargo… no tener comprensión es nuestro destino! 
¡Ah! ¿Por qué no existe ya la amiga de mis años mozos o por qué llegué a conocerla? Debería decirme “estás loco; buscas lo que no hallarás nunca”. Pero la verdad es que he tenido esta amiga, que ha sentido latir ese corazón; que he conocido esa alma grande en cuya presencia me parecía ser más de lo que era, porque era todo lo que podía ser. ¡Santo Dios!  ¿Había entonces una sola facultad de mi alma que estuviera ociosa? ¿No podía desentrañar con ella esa grande sensibilidad con que mi corazón abraza la naturaleza entera? ¿No era nuestro trato un cambio continuo de las sensaciones más delicadas, de los rasgos más expresivos, del espíritu más refinado, cuyas modificaciones todas, hasta en la impertinencia, llevaban marcado el sello del genio? Y ahora… ¡Ah! ¡Era mayor que yo y se me anticipó al sepulcro! Jamás la olvidaré; jamás olvidaré su juicio recto y firme, y menos aún su divina indulgencia.  Hace algunos días encontré al joven V***. Sus facciones son francas y simpáticas. Precisamente recién salió de la universidad y si no se cree un sabio, está convencido, al menos, de que destaca su conocimiento del de los demás. Le he probado en diferentes materias y contesta bien; en una palabra, no carece de instrucción. Cuando supo que dibujaba mucho y que conocía el griego (fenómeno en este lugar), no me dejó un momento; me dio a conocer toda su erudición, desde Batteux hasta Wood, desde Piles hasta Winkelman. Me aseguró que había leído toda la primera parte de la teoría de Sulzer y que tenía un manuscrito de Heyne sobre el estudio del arte antiguo. Lo felicité por ello y seguí adelante.  Otro buen hombre que conozco es el mayordomo del príncipe, sujeto franco y honesto. Se dice que es una gloria verle en medio de sus nueve hijos. Parece que su hija mayor llama la atención más particularmente. Me ha dicho que vaya a verlo y pienso ir un día de estos. Vive en un pabellón o lugar de  caza del príncipe a legua y media de aquí. Tras  la muerte de su mujer obtuvo permiso para  ir a vivir  allá, pues  el bullicio  y la vida citadina, y sobre todo la vista de su hogar, sólo aumentaban su dolor. En cambio, en mis excursiones he hallado algunas caricaturas, entes muy empalagosos, cuyo trato y sus agasajos no soporto. Adiós. Ésta es una carta escrita exclusivamente para ti; no es más que una historia. 

"Las Penas del Joven Werther"  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora