He visitado el pueblo que me vio nacer, con la devoción de un peregrino, impresionándome una parte de sentimientos que no esperaba. Hice detener el coche cerca del gran tilo que hay a un cuarto de legua de la población, al sur; me bajé y mandé al cochero que fuera adelante, para seguir yo a pie y saborear todos los recuerdos con la viveza y plenitud de la novedad. Me detuve bajo el tilo que en mi infancia fue objeto y final de mis paseos. ¡Qué diferencia! Entonces, con dichosa ignorancia, me lanzaba con ímpetu hacia ese mundo desconocido en que esperaba encontrar mi corazón todo el alimento, todas las venturas que debían colmar y satisfacer la efervescencia de mis deseos. Ahora vuelvo ya de ese vasto mundo y ¡oh, amigo!, ¡cuántas esperanzas perdidas!, ¡cuántos planes destruidos! Aquí tengo frente a mí las montañas que mil veces contemplé como el objeto de mi deseo. En aquella época podía quedarme en estos sitios durante horas, pensando escalar esas alturas, llevando mi pensamiento al fondo de los valles y de las alamedas que veía entre las tintas suaves del crepúsculo; y cuando llegaba el momento de regresar a casa, abandonaba este paraje querido con inefable pena. Al acercarme al pueblo he saludado todos los viejos pabellones de los jardines, mis antiguos conocidos. Las nuevas casas no me gustan, como todos los cambios que he visto. Pasé la puerta de entrada a la población y sí que me hallé dentro de mis recuerdos. Amigo mío, no quiero abundar en detalles; la relación sería tan pesada como grande ha sido el placer que he tenido. Pensaba quedarme en la plaza, justo al lado de nuestra antigua morada. Vi al pasar que la escuela, donde una buena vieja nos reunía cuando chicos, se había convertido en una especiería. Recordé la inquietud, los temores, los apuros y las aflicciones que había sufrido en aquella especie de agujero. No daba un paso que no me produjera emoción. No encuentra un peregrino en Tierra Santa tantos lugares consagrados por recuerdos religiosos y dudo que su ser sienta emociones tan puras. Ahí va una entre mil: bajé por la orilla del río adelante hasta una alquería, adonde iba yo con mucha frecuencia: es un paraje pequeño, donde los muchachos nos divertíamos en lanzar piedras a la superficie del agua para ver quién las hacía rebotar mejor. Recordé vívidamente que me detenía a veces a ver correr el agua, formándome las ideas más hermosas de su curso; recordé las caprichosas pinturas que hacía de los paisajes donde aquella corriente debía ir a parar; recordé que pronto hallaba mi imaginación los límites de esos países y que, no obstante, yo iba más lejos, siempre, y acaba perdido en la contemplación de un paisaje lejano y vaporoso. Amigo: así, con esta felicidad, vivieron los venerables padres del género humano: tan infantiles fueron sus impresiones y su poesía. Cuando Ulises habla del mar inmenso y de la tierra ilimitada, su lenguaje es real, humano, íntimo, sorprendente y misterioso. ¿De qué me sirve repetir con todos los colegiales que la Tierra es redonda? ¡La Tierra! Sólo necesita el hombre algunas paletadas para su goce y aún menos para su descanso eterno. Estoy ahora en la casa de campo del príncipe. Se vive muy bien con él; es la verdad y la sencillez en persona; pero está rodeado de gente singular que no acabo de entender. Sin tener el aspecto de unos bribones, tampoco tienen el de los hombres de bien. Algunas veces los considero respetables y, sin embargo, no alcanzo a confiar en ellos. Me molesta que el príncipe hable a menudo de cosas que ha oído decir o que ha leído, copiando siempre servil lo que lee y lo que oye. Añade a esto que tiene en más mi talento que mi corazón, este corazón, única cosa que me enorgullece, única fuente de fuerza, de felicidad y de infortunio. ¡Ah! Lo que yo sé cualquiera lo puede saber; pero mi corazón sólo lo tengo yo.
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"Las Penas del Joven Werther"
RomansaHe reunido con cautela todo lo que he podido acerca del sufrido Werther y aquí se los ofrezco, pues sé que me lo agradecerán; no podrán negar su admiración y simpatía por su espíritu y su carácter, ni dejarán de liberar algunas lágrimas por su trist...