4 de diciembre

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  Te imploro piedad de mí, porque esto es hecho; ya no podré soportar más tiempo la situación. Hoy estaba sentado cerca de ella, que tocaba diferentes melodías en su clave, con un semblante… ¡Con un semblante! ¿Cómo podría describirla para ti? La más pequeña de sus hermanas jugaba con sus muñecas sobre mis rodillas. De pronto, se me salieron las lágrimas y bajé la cabeza; vi entonces en su dedo el anillo de boda y mi llanto fue más abundante. En aquel mismo instante comenzó a tocar la antigua melodía que tanta impresión me provocaba y mi corazón sintió una especie de consuelo, recordando el tiempo en que aquella música había herido mis oídos con placer; tiempo de felicidad en que las penas no abundaban; horas de esperanza que pronto huyeron. Me levanté y comencé a pasearme por la habitación sin orden. Me ahogaba.  -¡Basta -dije-; basta por Dios!  Carlota se detuvo y me miró interrogante.  -Werther -dijo con una sonrisa que me traspasó el corazón-, muy malo debes estar cuando tu música predilecta te desgarra así. Retírate, te lo suplico, y trata de recuperar la calma.  Me separé de ella y… ¡Dios mío! Tú que ves mi sufrimiento, tú debes terminarlo.   

"Las Penas del Joven Werther"  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora