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-Venid- ordenó, al tiempo que se daba la vuelta y echaba a andar, cojeando, por el andén.
- ¡Vaya momia!- susurró Dietmar,mirando a la mujer.
- Apuesto a que es una maestra jubilada- dijo Tom-. Ven, vamos a echarle una mano.
Tom y Dietmar siguieron a la mujer hasta un taxi en el que había un montón de maletas.
-Este es mi equipaje- dijo señanlando con el bastón-. Ayudadle al taxista y os daré una propina.
El taxista, un hombre alto, con una gorra echada hacia atrás, sonrió a los muchachos y les guiñó un ojo. Les pasó una maletas y echaron a andar trabajosamente, detrás de la anciana, hacia el tren.
Había también otros pasajeros que tomaban el tren en Brandon. Tom recibió un fuerte empujón de un hombre bajo y gordo que, con aires de superioridad, mostró su billete al revisor y subió rapidamente al tren.
El revisor movió la cabeza, refunfuñando, al tiempo que tomaba el billete de la anciana.
-Le aseguro que hay tipos verdaderamente cargantes- dijo.
El revisor ayudó a subir a la señora. Tom, Dietmar y el taxista la siguieron, pasando apuros con las maletas, que chocaban contra las paredes del estrecho pasillo del cochecama.
Acababa de abrir el revisor la puerta del departamento de la anciana, cuando se oyó a alguien que gritaba protestando por algo. Siguió un momento de silencio y luego exclamaciones de enfado. Todos miraron extrañados, preguntándose qué podía suceder tras la puerta del departamento C.
El revisor fue el primero en reaccionar. Se dirigió rápidamente hacia la puerta del departamento y llamó con los nudillos. Cesaron los gritos y se oyó la voz de un hombre que dijo con tono desagradable:
-¡Váyanse!
El revisor llamó de nuevo a la puerta, pero no hubo respuesta. Se abrió la puerta del departamento C, y se asomó el hombre del pelo gris, que aún llevaba el maletín sujeto a la muñeca.
-¿Qué pasa?- preguntó.
-Nada, señor- contestó el revisor-. Haga el favor de volver a su departamento.
Tom se dio cuenta entonces de que el hombre de pelo gris seguía completamente vestido, aun cuando ya era muy tarde y la mayoría de los pasajeros estaban durmiendo.
Mientras Tom pensaba en aquella circunstancia tan extraña, sucedió algo aún más raro: el hombre bajo y gordo, que pocos minutos antes le había dado un fuerte empujón al subir al tren, abrió la puerta del departamento B y apareció en pijama.
¿Cómo había podido cambiarse tan rápidamente? Tom observó, asombrado, cómo se miraban los dos hombres, que estuvieron a punto de hablarse, pero enseguida volvieron a sus respectivos departamentos, cerrando las puertas.

Asesinato En El Canadian ExpressDonde viven las historias. Descúbrelo ahora