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- Así, pues, como te decía- siguió Tom después de un rato, y guiñándole un ojo a Dietmar-. creo que, para divertirnos, debería soltar mis serpientes esta noche, cuando todo el mundo esté durmiendo.
La mujer de las pastas pegó un respingo en su asiento y Dietmar hizo un gesto burlón.
-Hombre, Tom- dijo con voz inocente-. ¿Y si una serpiente de cascabel muerde a alguien y lo mata?
- Esta vez no he traído las serpientes de cascabel, sino unas que no son venenosas. Ya sabes, esas grandes de color verde, a las que les encanta meterse dentro de la cama y enroscarse en el pie.
-¿Estás seguro de que no muerden?
-Sí. A no ser que se asusten, en cuyo caso te dan una dentellada con sus colmillos. Pero la herida sólo produce una hinchazón que dura un par de días.
En ese momento la mujer se dio vuelta y miró furiosa a Tom. Hubo un largo silencio mientras Tom sostenía la mirada tratando de permanecer serio. Luego oyó una risita de Dietmar y también él se echó a reír.
- Ya sé que estabas hablando en broma- dijo la mujer con una voz a la vez aliviada y enfadada. Poniéndose de pie, apuntó con el dedo a Tom-. Eres muy mal educado. Conteniendo la risa, Tom vio cómo la mujer salía del mirador; luego se volvió a Dietmar y ambos rompieron a reír a carcajadas. Cuando terminaron, se secaron las lágrimas, volvieron a contarse la historia y de nuevo se echaron a reír. Por fin se calmarom y se pusieron a contemplar la llanura, iluminada por la luz de los relámpagos, hasta que, finalmente, Dietmar empezó a bostezar.
- Me voy a la cama- dijo desperezándose.
- Buena idea.
Tom abrió la marcha y llegaron a un vagón en el que colgaban una pesadas cortinas a ambos lados del estrecho pasillo.

Asesinato En El Canadian ExpressDonde viven las historias. Descúbrelo ahora